—Tomen asiento adelante, no sean tímidos —nos da la bienvenida con una voz cálida y dulce. Se alisa el vestido color café y camina hacia la cocina.
Me tomo un momento para admirar la decoración. Es algo retrógrada, pero de buen gusto: un florero rústico amarrado con mimbre raído y sogas alargadas descansa bajo la ventana; dos flores amarillas adornan el respaldo del sofá y un portarretratos antiguo ocupa una pequeña mesa lateral.
De pronto, un exquisito aroma a café me cosquillea la nariz y me hace agua la boca.
—Sé a qué vinieron, no se preocupen. Les diré todo lo que sé —dice al regresar con una bandeja entre las manos, ofreciendo café recién hecho en tazas de cerámica.
Me permito disfrutar el aroma profundo del café.
—Está hecho en cafetera de hierro —explica—. Sin mezclas, sin enchufes.
La observo por un momento y me apresuro a averiguar que pasará conmigo.
—Yo… soy una… —tartamudeo, dejando que el líquido caliente roce mis labios y conquiste mi paladar.
—Una loba. La última, de h