Escalofríos.
Ignoro su posición, pero necesito verme en un espejo, respirar, volver a mi centro.
Mientras camino por el corredor, las luces parpadean apenas un segundo, pero lo suficiente para erizarme la piel.
Cuando empujo la puerta del baño, el aire está helado, como si hubieran dejado la ventana abierta. No hay nadie.
Me acerco al espejo intentando arreglarme el cabello. El vestido, por suerte, ya no se ve tan arruinado… pero algo llama mi atención.
Sobre el borde del lavabo, inmóvil y perfectamente colocada, hay una flor amarilla.
Idéntica a las del ramo que llevaba el hombre que me había manchado.
Siento que el alma quiere salírseme por la boca.
La tomo con cuidado. Su textura es fresca, como recién cortada. No hay forma de que alguien la haya dejado ahí sin que yo lo notara.
—¿Qué diablos…? —murmuro.
Entonces un leve golpe retumba en la puerta del baño. Tres golpes. Pausados. Y uno más, rápido.
Mi corazón se detiene,trago saliva.
—¿Quién está ahí? —pregunto, pero mi voz suena mucho más pequ