Mi mano temblaba, trataba de controlarla, no debería de suceder aquí, en un territorio que no es mío, rodeada de lobos que esperan verme caer, y no tiembla por miedo, sino de rabia, trato de apretar los dientes para no soltar un rugido.
La cena fue una guerra sin sangre, cada palabra, sentía sobre mis hombros el peso de los que esperan que la loba más fuerte se desangre, y no pienso darles el gusto de que suceda.
Al final, un lobo joven nos guió hasta nuestra habitación, tendría unos diecisiete años, sus ojos esquivaban los míos, me dio la impresión de que temía que le arrancara la garganta, al llegar ante la puerta se dirigió a mí con una reverencia torpe.
—Su habitación, Alfa —dijo.
Asentí con un ligero movimiento de cabeza, entré en la habitación, Marco entró detrás de mí, cerré la puerta y apoyé la espalda contra la puerta, mientras dejaba escapar un suspiro, mis músculos estaban tensos y sentía el pecho apretado, como si algo fuera a romperse dentro.
La habitación era cómoda, te