Rodamos por la nieve, dos Alfas hechos furia. Él trataba de inmovilizarme, yo trataba de morderle la cara. Sentí sus garras rozarme, mis uñas arañaron su mejilla, y brotó sangre caliente.
Los demás nos miraban, paralizados, sin atreverse a intervenir. Dos líderes destrozándose, justo cuando más necesitábamos estar unidos.
—¡Basta! —Ordenó un rugido.
El Alfa anfitrión se lanzó entre nosotros, separándonos como si fuéramos cachorros.
—¿Están locos? —su voz nos hizo reaccionar— ¡El enemigo está ahí fuera y ustedes se matan entre sí!
Jadeando, con la boca manchada de sangre que no sabía si era mía o de Stefano, me puse de pie.
Lo miré con desprecio.
—Él protege a un pirómano —escupí— él elige a su hermano antes que a su manada. Que todos lo vean.
Stefano también se levantó, con la cara marcada por mis garras. Sus ojos se clavaron en mí.
En su mirada pude ver dolor, un dolor profundo. Porque en el fondo sabía que yo tenía razón.
De pronto se escuchó un aullido de alerta, largo y desgarrad