Damián Feldman.
Era el velorio de mi padre y sobre mí se cernía una absurda esperanza de que Amelie vendría a despedirlo, pero me quedé esperando ese momento. Solamente personas cercanas, socios, algunos amigos de vieja data y familiares distantes llenaban el salón. Yo estaba allí, con el rostro impenetrable, aunque por dentro se revolvían todas mis emociones. El olor de las flores, las coronas apiladas y el murmullo apagado de voces apenas disimulaban el vacío que dejaba Bartolomeo Feldman.
Me sentía extraño. Mi padre había sido un hombre duro, implacable, y aun así su ausencia me partía en dos. No lloraba, no podía, pero mi silencio era más fuerte que cualquier lágrima. Lo que me desgarraba en lo profundo no era solo su muerte, sino el hecho de que él se fuera sin haber podido redimir tantos errores, sin haberme dado las respuestas que siempre necesité.
Mientras avanzaban los minutos, saludaba mecánicamente a quienes venían a estrechar mi mano, algunos de ellos más interesados en m