Amelie Manson
Me vestí con rapidez antes de que Damián regresara… o peor aún, su padre. Si ese hombre viejo tenía la intención de hacerme suya aquella mañana, ya no había escapatoria. Pero no pensaba ponerme esa ridícula lencería diminuta.
Lo que aún no entendía era por qué habíamos pasado la noche encerrados con Damián.
Salí hacia la cocina de la quinta y preparé una bebida caliente. Mientras revolvía la taza, escuché la puerta principal abrirse. Me asomé con cautela y, al ver quién era, me detuve: el señor Feldman.
Me sonrojé al encontrarme con su mirada.
—Amelie, qué gusto verte, cariño. ¿Pasaste una buena noche? —preguntó con total serenidad.
—Señor… yo lo estuve esperando, pero… —tragué saliva—. Pero quien vino fue su hijo, Damián.
Sus ojos se abrieron, expectantes. Me puse nerviosa y levanté las manos en un intento de explicarle.
—Nos quedamos encerrados, señor. Pero le juro que entre su hijo y yo no pasó absolutamente nada. No sé si era necesario aclararlo, pero…
Su expresión