Damián Feldman
El auto de las Feldman aparcó frente a la iglesia, y palidecí, pensé que iba a desmayarme producto de los nervios, y lo peor, no tenía una mano amiga que me ayudara a sostenerme. Entre los asistentes estaba Valeria, pero había ido nada más por formalidad.
Aunque Samuel también había asistido, la distancia entre los dos fue creciendo y de aquella amistad que nos unió en el pasado quedaban muy pocas muestras.
Entonces, mi suegra y mis cuñadas caminaron hacia dentro de la iglesia, llamando la atención de los presentes. Aunque la espera se me estaba haciendo eterna, mis ojos se iluminaron cuando vi a mi pequeño. Él, al verme, estiró sus bracitos y balbuceó sus primeras palabras. Aún no le entendía, pero estaba seguro de que decía: “papá”.
—¡Campeón! Qué elegante estás, mi amor. —Le di un beso en sus regordetas mejillas y le sonreí a ellas—. Y ustedes, señoras, están magníficas.
La madre de Amelie sonrió, mientras que Hanna y Danna fruncieron el ceño.
—¿Señoras? ¡Señoritas!