Damián Feldman.
—Así como lo oyes, hijo. Cuando tú acababas de nacer, una de las empleadas que trabajaba con nosotros tuvo un romance con un jardinero y quedó embarazada. Tu madre y yo decidimos apoyarla para que pudiera tener a su bebé y seguir trabajando con nosotros. Pero, apenas Rosalía nació, la mujer desapareció sin dejar rastro. No tuvimos corazón para darla en adopción, así que simplemente decidimos criarla como nuestra hija.
Me quedé helado. Sentí un mareo repentino con su confesión. Jamás imaginé que Rosalía no compartiera mi sangre. Todo encajaba ahora, esa mujer no podía amar ni sentir compasión por nosotros, porque en sus venas no corría sangre Feldman, aunque llevara nuestro apellido.
—¿Por qué me estás diciendo esto ahora, padre? —pregunté, frustrado.
Él cruzó los brazos con gesto serio.
—Porque conozco la maldad que habita en ella. Aunque no sea nuestra hija biológica, ha vivido confundida, y lleva años tomando decisiones equivocadas. Escúchame bien… ve con Amelie, deb