Amelie Manson
Llegué a la mansión con el corazón hecho trizas. Me desplomé sobre la cama y lloré hasta que el dolor en las costillas me obligó a detenerme. La decisión que debía tomar era despiadada, un pecado que me arrastraría al infierno, pero ¿qué otra salida tenía? Estaba condenada, sin importar de qué lado cayera la moneda.
Y como si no fuera suficiente...
—Amelie… Amelie, cariño, ¿estás ahí? —la voz de Bartolomeo sonó tras la puerta. Llevaba una semana en casa, desde que salió del hospital.
Me sequé las lágrimas, respiré hondo, tratando de contener el nudo en mi garganta. Pero, como era de esperarse, abrió la puerta sin esperar mi permiso.
—Amelie, cariño, ¿todo bien?
Me cubrí el rostro con las manos y asentí sin mirarlo.
—Sí, todo bien. ¿Necesitas algo?
—Bueno… sé lo de tu madre, y quería saber qué puedo hacer por ustedes.
Habló con tanta suavidad que por un momento quise creer que sus intenciones eran sinceras. Esa sola muestra de preocupación rompió mis defensas y lloré de