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Habían pasado un par de días desde aquel último encuentro, y el silencio entre ellos se había vuelto un acuerdo tácito. Ni siquiera se cruzaron de casualidad, parecían un par de desconocidos, aparentando que entre ellos, no había pasado nada.

Amelie lo había decidido de esa forma, tratando de contrarrestar sus sentimientos, pero no dejaba de pensar en él y para el colmo de sus males, sus mareos y malestares por el embarazo, la estaban enloqueciendo, pero debía mantenerse fuerte, fingiendo que todo estaba bajo control. Pero por dentro, todo era un caos.

Apenas se sentó frente al computador, intentó enfocarse en los informes, en las fechas límite, en cualquier cosa que no fueran los labios de Damián o el corazón que le latía como loco cada vez que pensaba en él.

Entonces, la puerta se abrió de repente.

Amelie se incorporó de golpe. Su estómago se contrajo y por un segundo creyó que era él.

Pero no. Era Armando.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con el ceño fruncido.

Él levantó una carp