Blake despertó con un dolor punzante en la cabeza y un latido irregular en su costado derecho. El sabor metálico de la sangre inundaba su boca y apenas podía respirar sin que un dolor lacerante le atravesara el pecho. La camisa empapada y pegajosa le indicaba lo evidente: la bala lo había alcanzado. No estaba muerto, pero cada latido lo acercaba peligrosamente a la inconsciencia.
El lugar donde lo tenían era un sitio oscuro y húmedo, probablemente un sótano o un almacén abandonado. El aire olía a moho, a tierra y a óxido, y la única fuente de luz provenía de una bombilla titilante colgada del techo. El concreto frío contra su espalda le provocaba escalofríos, y aunque intentó moverse, pero sus muñecas estaban atadas con una gruesa cuerda de yute, tan apretada que la piel se le enrojecía y sentía los dedos entumecidos. Cada intento de moverse solo lograba que los nudos se hundieran más en su carne.
A pocos metros de él, Ava lo observaba con una expresión indescifrable. Su vestido de co