El gran salón de la mansión de los Aston, de repente, se había transformado en un cuartel general de los mafiosos más implacables de Nueva York. Los hombres de confianza de Don Carlo iban llegando, cargando armas, chequeando mapas, hablando en voz baja con rostros graves. La tensión se respiraba como un perfume denso e inevitable. Nadie se reía. Nadie relajaba los hombros.En el centro de todo, Carlo Vitale permanecía de pie junto a la gran mesa de roble, señalando rutas sobre un plano rural extendido. A su lado, su consigliere y su jefe de seguridad, Marco, lo escuchaban con atención férrea.Tenían que ser exactos y fríos para llevar a cabo el ataque. De eso dependía el sacar con vida a Blake de ahí. Así que, tuvo que armarse de paciencia y escuchar el relato y las indicaciones de un aterrado Milton quien, con voz temblorosa trataba de ser lo más preciso posible.—Entraremos por el norte —indicó el Don, marcando con el dedo una curva del camino forestal—. Esta ruta secundaria nos da
El ruido de las ramas secas bajo sus botas parecía atronador en medio del silencio espeso del bosque. El aire estaba cargado de humedad, y apenas se distinguían las siluetas entre los árboles, recortadas por la escasa luz de la luna filtrándose entre las copas.Carlo alzó una mano. Todos se detuvieron.Freddo, que abría camino unos pasos por delante, hizo una seña con los dedos: uno… dos hombres apostados junto a un claro. Apenas visibles, pero ahí estaban, con rifles al hombro, fumando despreocupadamente.— Recuerden muchachos...silenciosos —susurró Carlo, sin necesidad de alzar la voz. Los suyos sabían perfectamente qué quería decir con eso.Marco y otro de los hombres más cercanos se movieron como sombras. Avanzaron entre la maleza con una precisión escalofriante. Uno de los guardias apenas tuvo tiempo de girar la cabeza antes de que un cuchillo le cortara el aliento. El otro se redujo con igual rapidez, su cuerpo cayó al suelo sin un solo grito.Un silencio aún más profundo les en
El galpón se alzaba sombrío entre los árboles, con la madera hinchada por la humedad y una única ventana cubierta con una lona raída. Apenas se mantenía en pie, pero desde su interior se filtraba una luz temblorosa, como de una lámpara de querosén o una vela.Carlo levantó el puño y sus hombres se detuvieron a unos metros de la entrada. Algo se movía adentro. Algo más que simple actividad… era violencia contenida.Marco avanzó con cautela por el costado y asintió. —Hay alguien. O más de uno.Freddo ya tenía su arma en mano, con el dedo firme sobre el gatillo. Maddie intentó adelantarse, pero Carlo la sujetó por el brazo.—Esperá la señal.—No —dijo ella, casi con rabia—. Es Blake.Antes de que pudiera detenerla, Maddie corrió hacia la puerta. Esta no estaba cerrada con llave. La empujó de un golpe, haciendo crujir las bisagras.El interior era oscuro y opresivo, con olor a encierro y a sangre vieja. En el rincón, sobre una manta sucia, estaba Blake. Sus muñecas estaban atadas, el ros
Días después...Patrick esperaba en el muelle, con las manos cerradas en puños dentro del abrigo y el corazón latiéndole como si estuviera por estallar. Hacía frío, pero no lo sentía. Solo tenía ojos para el majestuoso Mauritania, que comenzaba a amarrar con lentitud, y cada rostro que descendía por la pasarela era una posibilidad.Pero entonces la vio.Esa cabellera larga y rojiza que parecía incendiarse con la luz del sol y se movía con la brisa marina como una llamarada viva. Era ella. No necesitaba verla de cerca para saberlo. Su cuerpo entero lo supo antes que su mente pudiera reaccionar.Grace estaba de regreso. Y todo en él se tensó, entre la ansiedad, el amor y ese miedo absurdo de que pasara de largo, de que ya no fuera suya, aun cuando ella le había confesado que lo amaba.Pero así es el amor ¿No? Nos quita la lucidez mental y la coherencia.Ella levantó la mirada. Y en el instante en que sus ojos se encontraron, el mundo entero pareció detenerse.Patrick no permitió que los
Londres, 6 de marzo de 1932Habían pasado dos años desde aquella noche que cambió sus vidas para siempre. Dos años desde que el miedo, la sangre y las decisiones irrevocables los obligaron a mirar el mundo con otros ojos. Maddie y Blake Townsend habían dejado atrás Nueva York, los nombres, los ecos del apellido, y se habían instalado en una elegante pero discreta residencia en el corazón de Chelsea. Londres les ofrecía lo que más necesitaban: anonimato y paz.Atrás había quedado todo: los conflictos, malentendidos, celos y personas que ya no podían hacerle daño. La primavera había comenzado a teñir las calles de verde fresco y flores vibrantes. Los jardines olían a renacer, y aunque el cielo aún se resistía a brillar del todo, los días se estiraban como una promesa de algo mejor.Pero dentro de la lujosa residencia, el clima era de tensión y nerviosismo. Blake caminaba de un lado hacia el otro del pasillo que precedía a la habitación matrimonial.— Ya, amigo —le dijo Patrick sonrien
Londres, primavera de 1950Dieciocho años habían pasado desde aquel día en que la vida les cambió para siempre. Chelsea seguía igual de encantadora, con sus jardines en flor y las fachadas elegantes acariciadas por el sol tímido de abril. Pero en el interior de la casa de los Townsend, el tiempo había hecho su trabajo: los niños eran ahora adultos, y la vida los empujaba con fuerza hacia sus propios destinos.Blake Jr. tenía dieciocho años recién cumplidos y un futuro prometedor esperándolo al otro lado del Atlántico. Harvard lo había aceptado sin reservas: primero en su clase, impecable en modales, feroz en los negocios. Heredero por linaje, por sangre y por voluntad. Su padre no podía estar más orgulloso. Nieto de un Aston, hijo de un Townsend. Lo tenía todo.Pero Arianna… Arianna era otra historia.Había heredado la belleza de su madre y la misma inteligencia de su hermano, pero con una dosis inquietante de intuición. Observadora, serena, siempre con una pregunta más de las necesa
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l