Londres, 6 de marzo de 1932
Habían pasado dos años desde aquella noche que cambió sus vidas para siempre. Dos años desde que el miedo, la sangre y las decisiones irrevocables los obligaron a mirar el mundo con otros ojos. Maddie y Blake Townsend habían dejado atrás Nueva York, los nombres, los ecos del apellido, y se habían instalado en una elegante pero discreta residencia en el corazón de Chelsea. Londres les ofrecía lo que más necesitaban: anonimato y paz.
Atrás había quedado todo: los conflictos, malentendidos, celos y personas que ya no podían hacerle daño.
La primavera había comenzado a teñir las calles de verde fresco y flores vibrantes. Los jardines olían a renacer, y aunque el cielo aún se resistía a brillar del todo, los días se estiraban como una promesa de algo mejor.
Pero dentro de la lujosa residencia, el clima era de tensión y nerviosismo. Blake caminaba de un lado hacia el otro del pasillo que precedía a la habitación matrimonial.
— Ya, amigo —le dijo Patrick sonrien