Capítulo 2

—No quiero hacer esto, por favor —supliqué a mi padre.

—¿Por favor qué? —inquirió sin más, mientras pasaba una de sus manos por mi rostro para

limpiar mi mejilla.

—Deja que me vaya —pedí como un acto de piedad, llorando y esperando que se conmoviera.

—Eso no va a pasar —murmuró sin apartar la vista de mí, lo siento pero no es posible—. Isabella

no puede ir con ellos. He trabajado duro para poder escapar con mi hija, estoy muy cerca de

conseguir lo que necesito, solo quiero tiempo.

—Es que… dicen que son muy malos y que se las comen —murmuré, preguntándome cómo un

padre podría amar a una hija y despreciar a la otra.

—No debe ser así —respondió, tomando mi mano—. No te preocupes tanto, es probable que no te

hagan caso. Eres muy pequeña y débil, seguro que no te verán y no pasará nada. Te prometo que

después de la ceremonia podrás irte. Serás libre.

Miró a su esposa e hija.

—¿De verdad? —pregunté inocente.

—Sí, así será —respondió de inmediato—. Dejaré que te vayas. Estoy seguro de que elegirán a

otras. Este año hay muchas chicas, muchas de ellas son hermosas, seguro que no te verán.

—No quiero hacerlo —dije de nuevo y escuché el resoplido de mi madrastra.

Liberty, era así como se llamaba. Me tomó del cabello castaño y me agarró con mucha fuerza,

arrastrándome con salvajismo por todo el pasillo a la salida.

—Estoy harta de ti, así que si no quieres por la buenas, será por las malas —aseguró antes de tirar

de mí con mucha fuerza para llevarme hacia la salida trasera de la casa, arrastrándome salvaje hasta

el granero.

Isabella corrió para abrir la puerta y entre las dos me metieron dentro.

Intenté correr para evitar que me encerraran, pero mi padre me dio dos bofetadas y me lanzó

dentro del granero de nuevo.

Al mismo tiempo, Isabella abrió la bomba y me bañó con el chorro de la manguera, impregnándome de agua helada en aquel invierno, con el vestido desgarrado y dejándome tirada

en el piso.

—Vas a quedarte aquí hasta mañana, yo vendré por ti para dejarte lista para la ceremonia

—murmuró mi padre.

Permanecí tirada en el piso, temblando de frío y miedo, viendo alrededor la oscuridad que me

rodeaba.

Tirité de miedo, de ansiedad, de dolor. Supliqué a mi madre que me llevara con ella, pero nadie

apareció y no supe cuándo, el cansancio o el dolor, me llevó a sucumbir y terminar en la

inconsciencia.

Desperté cuando el agua de la manguera me bañó de nuevo. Abrí los ojos y me incorporé como

pude, temblorosa y con los labios morados por el frío de haber permanecido la noche en aquel

granero.

—Que dormilona eres. Ya estás lista para irnos —dijo mi madrastra—. Hay que comenzar a

prepararte. Vamos, estúpida, tu padre te espera.

Avancé a paso lento, temblorosa y a empujones que ambas me daban hasta llegar a la casa de

nuevo, donde mi padre me recibió y me miró sin más. Me sonrió como si no hubiese dejado que

me casi congelara la noche anterior.

—Ve a darte una ducha caliente, ellas te ayudarán y debemos estar listos a la puesta del sol —dijo

mi padre de forma autoritaria.

Isabella y Liberty, me arrastraron a la habitación, me empujaron dentro del baño y me dieron un

baño helado, esperando que con eso «despertara».

Luego de eso, me secaron, peinaron y me pusieron un vestido de los de Isabella. Me quedaba

grande, pero no se molestaron en hacerle arreglos. Me maquillaron y finalmente bajamos las

escaleras donde mi padre esperaba por nosotras.

Isabella me miró, burlándose y luego de eso fue a su habitación, dado que ella debía permanecer

en la habitación.

Mi padre dio un suspiro, me tomó de la barbilla y me dio un beso hipócrita en la frente.

—Lo siento, pero así tiene que ser, hija —dijo como sin con eso me consolara—. Te prometo que

todo estará bien y luego de eso te daré dinero para poder irte.

Asentí, confiando en que cumpliría su palabra.

—No intentes escapar, los lobos te perseguirán y te destrozarán está noche si intentas huir, estarán

por todo el pueblo —añadió mi madrastra—. Lo mejor que puedes hacer es soportar la noche,

seguro que todo estará bien.

—Sí —musité sin fuerzas y mi padre me tomó del brazo, entrelazándolo con el suyo antes de

llevarme hacia la explanada.

Avancé con miedo, pero esperanzada de pasar desapercibida, sobre todo porque cada año solían

llevarse al menos a veinte, pero este año había muchísimas chicas, todas muy bellas, así que

esperaba no ser seleccionada.

Caminé hacia la explanada y observé los rostros aterrados de todas las chicas. Algunas madres

lloraban en el otro extremo y algunos padres solo trataban de mantener la calma.

Mi padre se plantó detrás de mí. La luna aún no aparecía y no terminaba de anochecer, así que

todas esperamos de pie en la explanada del pueblo, como si fuéramos a la horca.

El miedo se intensificó cuando el día terminó y dio paso a la noche. La oscuridad se cernió sobre

nosotras y la luna comenzó a aparecer.

Un rugido bestial se escuchó y pronto algunas de las chicas comenzaron a llorar.

Una de ellas gritó cuando los aullidos se escucharon cerca y el sonido su trotar se escuchó por todo

el lugar.

Sin poder contenerse, corrió sin rumbo, gritando en pánico, pero de pronto, un enorme lobo

blanco se plantó frente a ella, quien cayó de nalgas y retrocedió como pudo.

El lobo la tomó sin consideración y la lanzó de vuelta a la explanada.

Todas vimos su cuerpo impactar con el piso y a sus padres intentar levantarla.

Nadie se atrevió a mirar si aún sobrevivía, mucho menos cuando el lobo se acercó y se plantó

frente a todas nosotras abriendo su hocico y lanzando un rugido que nos hizo tiritar.

De inmediato, una enorme manada de ellos apareció, unos más pequeños que otros, pero sin duda,

hasta el más chico de las bestias era un hombre y medio.

Al instante se acercaron y observaron a cada una de las mujeres, tomándolas de los brazos y

echándoselas al hombro.

Por fortuna, ninguno me miró y yo no me atreví a mirarlos, para no llamar su atención.

De pronto, un aullido violento, fuertísimo, resonó.

Los lobos se giraron hacia el norte, donde apareció la bestia más grande que jamás haya visto.

El resto de los lobos se inclinaron en pleitesía y yo bajé la vista ante el horror y pánico que me

provocaba.

—El Alfa —escuché que dijo una de las chicas, apenas audible y antes de que pudiera darme

cuenta, la enorme bestia estaba caminando hacia mí.

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