Capítulo 2

Magnus volvió a casa luego de quedarse a trabajar hasta tarde en su aserradero. Arribó como siempre, solo, y en cuanto su auto se detuvo en la entrada de la hacienda, vio a su ama de llaves parada esperándolo.

Lo primero que pensó fue que algo había pasado a su hijo, así que corrió para encontrarse con ella.

—¿Ha pasado algo a Kaleh? —inquirió con esa voz fuerte que le caracterizaba, y la mujer negó de inmediato.

Respiró tranquilo; sin embargo, la vio retorcer las manos sobre la ropa, nerviosa.

—Señor…

El llanto de su hijo hizo que él mirara hacia arriba. Sabía lo delicado que estaba, luego de que Isabella, su exmujer se lo llevara a solo horas de nacido y lo dejara abandonado en medio de la nieve. Desde entonces, su hijo luchaba contra la hipotermia y el bajo peso. Recibía su alimentación de forma intravenosa, dado que se había resistido a las nodrizas y a los biberones.

De eso ya había pasado una semana, y de Isabella no se sabía nada. Más valía que no apareciera, o encontraría la muerte en sus manos.

Se había llevado a Kaleh dejando una nota, diciéndole que lo odiaba por no amarla, castigándolo con la muerte de su hijo, pero para desdicha suya, el pequeño Kaleh sobrevivió.

Al escuchar su llanto, corrió. Subió las escaleras de dos en dos hasta llegar a la habitación del pequeño.

Abrió la puerta y se detuvo de golpe al verla.

Una extraña, con el cabello revuelto y los ojos desorbitados, sostenía al pequeño Kaleh en brazos, contra su pecho, y para sorpresa de Magnus… su hijo bebía del seno de la desconocida.

—¿Qué diablos? —fue lo único que salió de su boca al verla amamantar a su bebé.

No obstante, se vio paralizado por el aroma que invadió sus fosas nasales. Un aroma dulce, fuerte, tan fuerte que hacía arder su interior y era difícil de ignorar. Su lobo interior se sacudió, como si hubiese despertado tras un ramalazo de energía o un soplo de vida. 

Su cuerpo se tensó, y aunque podía distinguir un aroma humano, también podía percibir algo distinto en ella. La bestia dentro de él despertó tras años de exilio, aulló dentro de su cuerpo con fuerza, como si se sacudiera la pereza y comenzó a dominarlo.

En todo su destierro había aprendido a contener a su lobo, calmar a la bestia a base de soledad, de reproche, inclusive de culpa, pero todo eso parecía palidecer en ese momento frente a ella, quien poseía un olor, un maldito olor que atravesó todos los muros que por siglos había construido.

No era solo el llanto de su hijo lo que lo llamaba, también el aroma de la desconocida. De ella emanaba una mezcla que lo confundía y lo tentaba a partes iguales.

Magnus pasó saliva. Trató de calmar sus acelerados latidos. Su lobo había estado solo, apartado del mundo, de su manada, condenado a vivir lejos de todo y todos; sin embargo, aquel olor, esa esencia, lo estaba enloqueciendo, dominándolo.

Por un instante, su mente humana, su lado consciente y menos primitivo le suplicó calma. Su raciocinio le pedía que hiciera preguntas, quién era ella, qué quería, pero su lado animal, el indomable, rugía cada vez más fuerte.

—¿Quién eres y qué haces en mi casa? —Su voz salió más dura de lo normal, en una mezcla de gruñidos que parecían salidos del fondo de la tierra.

El tono de sus ojos pareció hacerse más rojo incluso, y en algún punto, sus colmillos se mostraron un poco sin que pudiera evitarlo.

La mujer parpadeó, asustada al ver el semblante del hombre, pero no se atrevió a soltar al pequeño.

Se puso de pie y reculó un poco cuando lo vio avanzar. 

Magnus se tensó cuando se sintió avasallado por el penetrante aroma de la mujer. Le provocaba una especie de desequilibrio que no podía explicar y que, de alguna forma, lo enervaba.

—¿Qué eres tú? —preguntó la mujer, mirando a todos lados para poder escapar.

Las feromonas golpearon los sentidos de Magnus, quien terminó rugiendo de forma involuntaria mientras sus huesos crujían y se transformaba en el lobo gigante que la hizo emitir un grito de terror.

Magnus emitió un aullido violento, fuertísimo, tanto que sacudió los cristales de la habitación.

Como si la naturaleza supiera que la bestia Arkan había despertado, un violento y atronador relámpago resonó al mismo tiempo que la lluvia torrencial se desató, con un viento que sacudía todo a su alrededor.

A Tessa, aún confundida por todo lo que había pasado y sin entender cómo había terminado en aquella casa, se le paralizó el corazón, o casi. No supo si de miedo o por toda la paranoia que cargaba desde lo de su ex. Cual fuera la razón, a sus ojos, le pareció que era la bestia más grande que jamás había visto.

El horror la recorrió cuando las pisadas del lobo fueron hacia ella, quien pretendía proteger al niño a toda costa, así que retrocedió, buscando una salida, desesperada.

Observó a la bestia frente a ella. Era un enorme lobo color gris, de ojos rojos e inhumanamente imposibles.

Nunca creyó que los verdaderos hombres lobos existieran, pero era claro, a juzgar por sus rugidos, que no iba a ser un animal sociable.

Las pisadas de Magnus parecían retumbar el piso y romper la loseta a su paso. Sin embargo, ella estaba dispuesta a morir protegiendo al bebé. 

Lo vio avanzar lento, olfatear, levantar el rostro mientras su nariz inhalaba el aroma, aunque ella no sabía a qué.

Un nuevo bramido salió de su boca, esta vez lastimero, como si lo hubieran herido, de rabia y cólera.

En un salto estuvo frente a ella. Tessa gritó aterrorizada y corrió hacia donde pudo, intentando escapar.

No obstante, sin consideración alguna ni delicadeza, Magnus la sujetó del cabello y la hizo colocarse frente a él. Su fría y peluda mano se colocó bajo el mentón de la mujer, quien solo respiraba agitada.

Gruñó de nuevo, lo hizo sobre su rostro, tan fuerte que su aliento le golpeó, inclusive con salpicaduras de su saliva.

La olió, fuerte. Una, dos, tres veces.

Tessa tembló, sin saber si aquello era real o si su mente, rota por el trauma y la pérdida, le estaba jugando una broma cruel.

—Sucia e inmunda humana —dijo con una voz ronca y casi de ultratumba, tan demoniaca que le hizo sentir las piernas flaquear.

Tessa buscó la manera de salir corriendo de ahí, tratando de irse, con total desesperación. No obstante, él, o eso, parecía tener los sentidos más que puestos en ella, listo para atacar, de ser necesario.

—¡Aléjate de mi hijo! —Rugió Magnus, mientras ella, temblando, miraba al pequeño bebé, entendiendo entonces que también era un lobo, el cachorro de la bestia frente a ella—. ¿Quién eres y que haces en mi casa? —inquirió con su atronadora voz.

Magnus fijó la vista en ella. No le dio tregua, dejó que el poder de su mirada la domara. No sabía quién era ella ni que buscaba, pero su instinto animal le suplicaba que no la dejara ir, que la tomara cautiva como prisionera.

Sin embargo, algo poderoso llamó su atención.

El tirante del camisón de Tessa se movió a un lado, deslizándose por su brazo y dejando a la vista la clavícula de la mujer, justo donde podía sentirse el pulso latir fuerte.

Miró con atención la marca. Él la conocía muy bien, pero era imposible que estuviera ahí, en una humana.

El antiguo símbolo, apenas perceptible, que solo llevaban las mujeres destinadas a los Arkan, ahora estaba en la piel de una humana.

El lobo se congeló e instintivamente dio un paso atrás, confundido.

Su respiración se aceleró y, al observar a la mujer, pensó que no era una humana, sino uno de esos demonios que intentaban perderlo. Ese mismo que antes lo llevó a cometer errores que le costaron vidas a su manada y que trajo muerte y destrucción a los suyos.

—No puede ser —murmuró, sabiendo que todas las destinadas a los Arkan, fueron malditas y extintas.

Tessa lo miró, asustada, y al notar la ligera confusión de la bestia frente a ella, intentó correr hacia la salida, llevando al niño en brazos.

No obstante, un rugido cimbró la habitación y, antes de siquiera poder avanzar a la salida, el lobo estuvo frente a ella, haciéndola caer de nalgas y sacándole un grito de terror.

Un relámpago iluminó el cuarto y ella pudo ver los feroces ojos del lobo. Gritó, lo hizo tan fuerte que el pequeño soltó a llorar asustado; no obstante, él no estaba dispuesto a dejarla ir.

—¿Qué clase de demonio eres? —inquirió, tomándola de la barbilla y apretándole tan fuerte que la hizo chillar.

En todos los siglos que llevaba deambulando por el mundo, Magnus no había visto una sola sobreviviente de las Mushams, las designadas a los Arkan, así que imaginó que ella no era más que un demonio que lo iba a tentar como lo tentaron antaño.

Sin embargo, le pareció tan real, tan tangible, que su aroma le embriagó hasta hacerlo trastabillar, aunque por fortuna, Tessa no lo notó. 

En aquel instante, Magnus no sabía si matarla o rendirse ante la mujer que había logrado alimentar a su hijo y que, justo en ese momento, lo tenía embriagado con su penetrante aroma, porque por primera vez en siglos, su lobo no rugía por sangre… sino por ella.

 

 

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