Capítulo 3

Era un enorme y brutal lobo color gris o lo que fuese ese color, de ojos rojos enormes y mucho más grande que cualquiera de los otros lobos o de cualquier animal que yo hubiese visto antes.

Me removí incómoda, sin poder contenerme.

Sus pisadas hacían retumbar el piso y levantaban polvo mientras dejaba al descubierto su enorme

humanidad. Resoplaba o emitía un sonido escalofriante.

Avanzó a paso lento, antes de acercarse, lo suficiente para olfatear.

Pudimos ver su rostro alzarse mientras su nariz inhalaba y reconocía el aroma de todos. Un nuevo

rugido salió de su boca, pero está vez fue un rugido lastimero, como si lo hubieran herido, de rabia

y cólera.

En un salto estuvo frente a mí y yo caí al piso de nalgas ante la impresión. Levanté la vista hacía él,

quien me observó con atención.

Me hizo una seña para que me incorporara y no tuve de otra que obedecer, así que me paré y

permanecí quieta frente a él, retorciendo mis manos sobre mi ropa, sin atreverme a hacer un movimiento en falso.

Me miró y sentí su fría y peluda mano bajo mi mentón, antes de mirarme o más bien, inspeccionarme como ganado.

Se agachó y rugió sobre mi rostro, tan fuerte que su aliento me golpeó, inclusive con salpicaduras

de su saliva.

Me olió, fuerte, una, dos, tres veces. Todo sin que yo entendiera qué pasaba.

—Sucia e inmunda humana —dijo con una voz ronca y casi de ultratumba que me hizo sentir las

piernas flaquear.

Me tomó en brazos y me echó a su hombro.

Sollocé al instante, perdiendo el control de mí misma.

Escuché a los hombres decir algo, pero nadie se movió. Los lobos incluso se hicieron a un lado para

verlo pasar y de pronto me vi sacudida por todo el bosque mientras él avanzaba corriendo y yo

solo podía ver a mi padre cada vez más lejos, hasta que desapareció ante mis ojos.

No supe lo que pasó después, pero se detuvo de pronto. Lo hizo frente a un claro desconocido para mí, pero era evidente que ese sitio era un lugar seguro, ahí donde muchos hombres, su manada, esperaban.

—Alfa —dijo uno de ellos cuando lo vio llegar—. No ha tardado mucho.

La bestia horrible me lanzó cual costal de basura al piso y yo solo retrocedí, arrastrándome por el piso en medio del pavor. Solo entonces noté que había coches por todos lados.

Me incorporé y varios de ellos me miraron, luego lo vieron a él y le pasaron una bata roja con

dorado y negro, como la de un monarca.

Escuché sus huesos crujir antes de que un par de segundos después se transformara a su forma

humana.

El hombre era guapo, tan distinto a su parte animal. Era sin duda un hombre grande, fornido,

En su forma humana, el lobo no se iba por completo. Dejaba que su aspecto conservara ese aire

dominante e inquietante, casi salvaje que mostró minutos antes cuando era una bestia.

Su cabello era gris, un gris oscuro con reflejos color plateado, cuyos mechones caían desordenados

sobre su frente.

Su piel algo tostada le confería un contraste con los mechones de cabello y sus brazos, Dios Santo,

sus brazos eran enormes, sus manos eran dos veces la mía, como mínimo y sus antebrazos estaban

marcados por las venas resaltadas que le conferían un aire intimidante y salvaje difícil de pasar

por alto.

Sus ojos, aunque en su forma humana no eran rojos del todo, sino que contenían apenas pequeñas

motas rojizas, no dejaban de parecer brasas ardiendo.

Sin duda el hombre era hermoso, pero no de esa belleza ordinaria, sino de una belleza inquietante,

salvaje, esa que dejaba en silencio multitudes y erizaba la piel de los demás.

—Suban a la humana al coche —ordenó con una voz que parecía salir de lo más profundo de la

tierra y que provocó un palpitar en mi estómago de forma involuntaria.

—Sí, Alfa —replicó el otro, tomándome del brazo y arrastrándome hasta una de las lujosas

camionetas.

Él fue en otra camioneta y yo apenas subí, me fingí dormida, aunque no pude pegar un ojo.

—No puedo creer que el Alfa haya decidido bajar a ese inmundo pueblo —dijo una femenina voz.

—Dijo que un aroma lo atrajo —aclaró la otra y casi pude sentir las miradas sobre mí.

—¿En serio crees que esa humana fue lo que lo atrajo con tanta fuerza? —inquirió una de ellas,

burlándose.

—Pues va a llevarla con él —dijo en respuesta la última de las mujeres.

Un rugido salió de la primera de ellas, una rubia que no sabía quién era.

—Odio está maldita ceremonia, cada año es lo mismo —replicó la rubia.

—Sí, pero el Alfa jamás había venido —reclamó una de las chicas—. Es extraño, ¿no creen?

—Mucho —respondió una de ellas.

—Veremos cuánto sobrevive —aseguró la rubia, con desprecio que no intentó ocultar para nada y

mientras tanto, yo solo pude sentirme en pánico y sin salida.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP