Sofía
Después de que terminamos de repartir todos los alimentos y limpiar cada rincón de los pasillos, sentí que mis pies ya no me pertenecían. Caminaba como zombie con hábito, y aunque quería ir directo a mi habitación, algo en mi pecho me hacía voltear la mirada constantemente.
Fernando estaba al otro lado del comedor, guardando bandejas junto a la hermana Guadalupe. Nuestros ojos se encontraron un par de veces y, cada vez que pasaba, sentía un calor extraño subir desde mi estómago hasta mis mejillas. Intenté ignorarlo, enfocándome en limpiar bien las mesas y ordenar los cubiertos, pero no pude evitar preguntarme qué pensaba él.
Cuando terminaron de recoger, todas las hermanas comenzaron a salir, riendo y charlando sobre los preparativos para el siguiente domingo. Yo me dirigí a mi habitación con pasos lentos.
Apenas cerré la puerta, me dejé caer de espaldas sobre la cama, soltando un resoplido de cansancio. Miré el techo blanco y frío, y suspiré una vez más.
¿Qué hubiera pasado si