Sofía
Jamás pensé que volver a la ciudad me pondría tan nerviosa. Mientras miraba por la ventana los edificios altos y las personas caminando con tanta prisa, sentía que estaba en otro mundo. Era como si hubiera estado años encerrada en el convento, alejada de todo. El padre Fernando conducía en silencio, con su mano firme en el volante y su mirada atenta en la carretera.
Cada vez que sus dedos se movían para cambiar de marcha, sentía un pequeño cosquilleo en mi estómago. Sacudí la cabeza, intentando concentrarme en otra cosa. Fue entonces cuando su voz suave rompió el silencio.
—Sofía, nos vamos a desviar un poco. Quiero pasar a ver a unas personas que hace mucho no visito.
Mi corazón dio un brinco. ¿Personas importantes? ¿Una exnovia? ¿Su prometida antes de entrar al seminario? “Ay, Sofía, deja de hacerte novelas en la cabeza”, me dije mientras asentía.
—Claro, padre… no hay problema —respondí, aunque sentí un pequeño pinchazo en el pecho.
Seguimos manejando unos minutos más, hasta