CAPÍTULO 80. La paciente ejemplar.
El sanatorio Villa Serenità huele a desinfectante y humedad, un olor que se mezcla con el eco de pasos y susurros lejanos. Luciana camina lentamente por el pasillo, con el camisón blanco rozando sus tobillos. Cada movimiento parece torpe, tembloroso, una interpretación perfecta de la mujer quebrada que todos creen que es. Susurra palabras incomprensibles, una letanía que se enreda en su garganta y resbala hacia el suelo. Los enfermeros la observan de reojo, con la mezcla de lástima y desconfianza que sienten ante alguien que consideran perdido.
—La señora Ferraro otra vez —murmura un joven guardia, cruzando los brazos—. No distingue la realidad.
Luciana ladea la cabeza, deja que una sonrisa desvaída se dibuje en sus labios. Los ojos, vidriosos para quienes la miran de lejos, guardan un brillo oculto. Cada paso, cada gesto, está medido. Nadie sospecha que detrás de su fachada de locura hay una mente despierta y calculadora, observando, aprendiendo, esperando.
En el comedor, Luciana se