CAPÍTULO 68. Verdades a la luz
Valentina ya está en el hospital. Ana la acompaña, temblorosa, mientras los médicos la preparan para la intervención. La conectan a monitores, revisan sus signos vitales y la trasladan rápidamente al quirófano. Ella apenas puede hablar, el dolor y la debilidad le roban la voz, pero antes de que se la lleven logra tomar la mano de Ana y susurrarle:
—Avísale a mi papá… dile que estoy aquí.
Ana asiente con lágrimas contenidas, viéndola desaparecer detrás de las puertas blancas. El diagnóstico es duro: la caída en la mansión fue más grave de lo que parecía y Valentina puede perder al bebé.
Los minutos en el quirófano se vuelven eternos. Ana espera en el pasillo, sentada en una de las frías sillas azules, con las manos entrelazadas y la mirada fija en el suelo. Cada segundo que pasa la hace sentir más impotente.
De pronto, aparece Andrés Baeza. Su rostro está desencajado, la preocupación evidente en sus ojos. Se acerca con prisa, sin siquiera disimular el temblor en su voz.
—¿Cómo está? —p