Amadeus se adelantó un paso, su voz grave resonó en la sala. —Jamás tendrás mi banco. Ni mis tierras. Ni mi sangre. ¡No te pertenezco!
El jefe de la mafia lo miró con calma, inclinando apenas la cabeza, como si aquella negativa fuera la confirmación de lo que esperaba. Una sonrisa cruel deformó su rostro antes de que arrojara su bastón al suelo. —Entonces… tendrás que verme en mi verdadera forma.
Un rugido desgarrador estalló desde su interior. Su cuerpo se retorció, rasgando su traje, y en cuestión de segundos emergió un lobo colosal, cubierto de un pelaje rojo oscuro entremezclado con sombras negras, como brasas encendidas en movimiento. Sus ojos ardían con un fuego sobrenatural, dos carbones encendidos que iluminaban la penumbra con un fulgor infernal. Su sola presencia hizo que los lobos de la mafia se inclinaran aún más, aullando en adoración a su líder.
Liam dio un paso hacia atrás, su respiración agitada. Intentó mantener la compostura, pero en su mirada se filtró el temor. —No