El aire olía a madera preciosa, cuero y silencio. Un silencio denso, cargado. La mansión parecía exactamente igual a como la dejamos… pero algo había cambiado. Tal vez éramos nosotros. O tal vez era esa calma artificial que precede a la tormenta.
Damon y yo cruzamos las puertas de la casa como dos sobrevivientes. Aún podía sentir la sangre seca en mi ropa, en mi rostro. Aún podía oír los gritos de aquellos instantes en mis oídos. Pero lo que más me estremecía era su mano cálida envolviendo la mía con una firmeza protectora.
Killiam nos acompañó hasta el salón. Estaba de pie, como una sombra leal, con el rostro endurecido por algo que no supe descifrar al principio. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Damon, supe que algo había pasado.
Algo importante.
—Señor Knight —dijo Killiam, sin rodeos—. Lo encontramos.
Damon no soltó mi mano, pero su cuerpo se tensó junto al mío. Su voz fue baja. Letal.
—¿Quién?
Killiam no dudó.
—Ethan.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Ese