POV ALEKSEY ROMANOV
Cuando quedé solo, observé la ventana. Moscú estaba fría, gris, pesada como siempre. Pero esta vez... no se sentía tan vacía.
Inhalé profundamente mientras me dirigía a mi oficina. Tenía clases por tomar; estaba en cuarto año de mis dos carreras universitarias: Ingeniería en Petróleos y Administración de Empresas, ambas cursadas de forma online. Entre las tareas, la supervisión en campo y las responsabilidades que me tocaban ahora en Rusia, apenas tenía tiempo para respirar, pero no me quejaba. Esta vida la había querido. La había buscado. Jodidamente deseado. Así que no iba a lamentarme ahora que la tenía.
Acomodé los papeles del informe financiero sobre el escritorio y revisé el horario de clases que me esperaba. Fue entonces cuando mi teléfono vibró.
Lo saqué del bolsillo y al ver el nombre del remitente —mi informante, el guardaespaldas que había asignado para vigilar a Akin—, ya sabía que no traía buenas noticias. No lo tenía encima por protegerlo. Akin no nec