Se envara y suelta un gemido quebrado. Empieza a soltar groserías, a cuál más vulgar.
Todo mi cuerpo se ilumina de placer. Quiere moverse, lo ansía con todo su cuerpo, pero no debería haberme permitido tocarlo, porque ahora lo voy a hacer pedazos poco a poco, con una lentitud agonizante.
Le empiezan a temblar las piernas. Le recubro la cabeza y la rodeo con la lengua, lánguidamente, hasta sacar otro gemido dolorido de las profundidades de su pecho.
—Basta —gruñe, e intenta apartarme de un tirón, pero me agarro a sus muslos y lo lamo con más lentitud aún. Las primeras gotas fluyen por mi lengua como el más dulce de los vinos.
—Stell —ruge James. Me enreda las manos en los cabellos y da un tirón. Lo ignoro—. Stella.
Me aparto sin dejar de succionar y suena un pequeño plop.
—Paciencia —canturreo, enseñando los dientes con un atisbo de sonrisa.
Lo acaricio despacio con la lengua y empiezo a usar también la mano, para que no quede libre parte alguna de su erección.
Al ascender por