Eliana
La expresión de Isabella cambió de repente y se tambaleó, dando unos pasos hacia atrás, mientras pronunciaba entre sollozos:
—¿Por qué me maldices de esa manera, Eliana? No hice nada malo.
Actuó como si yo la hubiera golpeado. Por supuesto, todo era una farsa. Una escena planeada con sumo cuidado para Érico.
Él corrió hacia ella de inmediato, la envolvió entre sus brazos y le preguntó con cierta preocupación:
—¿Estás herida, Isabella? ¿Estás bien?
Ella se mordió el labio, con un gesto tan estudiado que resultaba casi teatral y me acusó:
—Eliana, sé que estás enfadada conmigo por casarme con tu exprometido, pero yo solo quería arreglar las cosas contigo y ponernos al día. ¿Por qué sigues estando tan molesta conmigo? Ya lo entiendo, todavía amas a Alejandro, incluso después de casarte con Érico.
Sus ojos se entrecerraron y añadió con un tono amenazante:
—Aunque me odies, no deberías hacerle esto a Érico… Amar a otro hombre mientras aceptas casarte con él...
Entonces, volvió a mirar a Érico, bajando la voz con una dulzura fingida y dijo:
—No te enojes, Érico. Eliana y Alejandro tienen un pasado largo y complicado…
Érico se dio la vuelta hacia mí, y, con voz cargada de reproche, reclamó:
—Entonces, ¿todavía amas a Alejandro? ¿Era con él con quien hablabas el otro día? Y ahora te desquitas con Isabella, actuando como una loca. Lo que pasó no fue culpa de ellos. Sino tuya. Si no hubieras ido a prisión por tus crímenes, nada de esto habría ocurrido.
¿Mis crímenes? ¿Mi culpa? ¿Cuál culpa?
Me levanté del suelo con cierta dificultad y, fijando mi mirada en los ojos de Érico, le pregunté:
—Ya que estamos hablando de verdades y culpas, dime algo, Érico. ¿Me amas de verdad como solías decirme? ¿Te casaste conmigo por amor... o fue toda una mentira?
La expresión de Érico cambió enseguida y rugió con furia:
—¡Parece que la señora Garrido no solo perdió el control, sino que también la cabeza! Enciérrala, Adán. No dejes que salga hasta que yo lo ordene.
Y sin más, alzó a Isabella en brazos como si fuera una princesa… Y se marchó con ella.
Adán se agachó frente a mí y respondió:
—Creo que es hora de divertirnos un poco antes de encerrarte. ¿Qué dices?
—¡Ni te acerques, hijo de puta! —grité con todas mis fuerzas.
—Tranquila —se burló—. No quiero tu cuerpo ni nada de eso. Solo voy a grabar un video de ti arrastrándote hasta el carro. No creo que quieras que te cargue.
Permanecí inmóvil. Entonces, Se inclinó cada vez más y me amenazó con un tono aterrador.
—Si no te mueves, voy a tener que hacer algo que no te va a gustar.
Me mordí el labio con tanta fuerza que probé el sabor metálico de la sangre. Luego, sin un ápice de dignidad, me arrastré —como un perro— por el suelo.
Adán soltó una carcajada, alzando su celular con satisfacción mientras grababa cada segundo de mi humillante recorrido hacia el carro.
Cuando, por fin, logré entrar al auto, me desmayé.
***
Cuando desperté, había pasado un día entero. Estaba acostada en la cama del dormitorio de Érico.
Por suerte, mi celular seguía en mi bolsillo. No me lo habían quitado.
Lo desbloqueé, y un montón de mensajes de Isabella llenaron la pantalla, acompañados de videos y fotos.
Los videos mostraban a Érico besándola en la mejilla con ternura, sorprendiéndola con la última colección de joyas, llevándola a cenar a un restaurante elegante… Bailando con ella al ritmo de un violín.
Cada instante me resultaba más ajeno, imposible de asociar con el hombre que había conocido.
Incluso durante nuestros cuatro años de matrimonio, Érico jamás me había mostrado esa faceta.
Y en las imágenes, por la manera en que la miraba, Érico estaba completamente enamorado de ella.
Tragué el nudo en mi garganta y, con esfuerzo, me levanté de la cama.
Fui directo al estudio y tomé los papeles de divorcio que había preparado el día que descubrí la verdad, junto con la fotografía y el boleto de avión de cuando viajé a Maziria.
Los dejé todos sobre la mesita de noche.
Érico los notaría, sin duda alguna.
Entonces, escuché un ruido ensordecedor en la puerta. Los hombres de Carlos habían llegado.
Irrumpieron en la habitación, quizás para secuestrarme dentro de la casa de Érico.
En ese preciso momento, un mensaje suyo apareció en la pantalla de mi celular.
«¿Ya te calmaste? Deja de decir tonterías. Pídele perdón a Isabella por empujarla y quizás te perdone por lo que dijiste el otro día. No me hagas quedar mal, Eliana. Sabes que no me gusta eso».
Solo respondí:
«Mi único error fue salvarte en Maziria. Debí dejarte morir en ese tiroteo».
Luego, sin pensarlo dos veces, estrellé furiosa el celular contra la pared.
El aparato cayó al suelo y siguió vibrando.
Pero yo no miré hacia atrás. Ni una sola vez.