Eliana
Sus ojos brillaban con algo que no logré descifrar: ¿esperanza o locura?
Dio un paso directo hacia mí, con los brazos extendidos, como si en realidad creyera que podía abrazarme.
—No tienes idea de cuánto te he extrañado —murmuró—. Me dijeron que te habías ido. Que habías muerto. Que ni siquiera había un cuerpo para enterrar.
Como no respondí de inmediato, rebuscó de manera torpe en su bolsillo y sacó una foto vieja, gastada. Le temblaba la mano mientras la sostenía entre nosotros, como si tuviera algún significado.
—Mira —susurró—. Nosotros. Antes. Éramos felices. ¿No me extrañas, Eliana?
Lo miré.
A este hombre que, en su momento, destruyó todo lo que yo era.
Y no podía creer su atrevimiento.
Tuvo la desfachatez de pararse aquí… Como si nada hubiera pasado.
—¿Extrañarte? —Sonreí con amargura—. Déjalo ya, Érico. Tú y yo nunca estuvimos enamorados. Todo nuestro matrimonio se construyó sobre mentiras y conveniencia. Fue un simple contrato, no una conexión.
Sus hombros se hundieron