La habitación estaba sumida en una calma reconfortante, iluminada por la suave luz que se filtraba por las cortinas entreabiertas. Me encontraba recostada en la cama, sosteniendo a mi precioso bebé, Thomas, cuyo cuerpecito cálido se aferraba al mío con una ternura indescriptible. Sus respiraciones suaves y regulares llenaban el espacio.
Observaba con amor el pequeño rostro de mi hijo, iluminado por la luz tenue, sus labios rosados formando una pequeña ventanita mientras se aferraba a mi pecho con ansias, buscando el alimento que le ofrecía.
Al bajar las escaleras con Thomi en mis brazos, sentí la familiar sensación. Al llegar al comedor, vi a los señores Harrington y a Paula esperándome con sonrisas cálidas y acogedoras.
Coloqué a Thomi en su sillita y lo observé con una mezcla de orgullo y asombro mientras exploraba con curiosidad los alimentos ante él. Paula se acercó con una bandeja de frutas frescas y una taza de té humeante, y me saludó con un abrazo afectuoso.
—¡Buenos