Heridas del pasado.

Había regresado finalmente a la casa de mi madre, Margarita. Paula quiso venir conmigo, pero yo me negué porque ella estaba muy bien en la mansión. Emir le estaba pagando sus estudios y yo sabía que era feliz.

Thomas estaba dormido mientras yo ordenaba mi ropa en el pequeño cuarto que solía ser mío. La casa de mi madre era modesta pero acogedora, y me sentía aliviada de estar en un lugar seguro. Estaba absorta en mis pensamientos cuando escuché un golpe en la puerta. Me acerqué y, al abrirla, vi a Álvaro.

—¿Qué haces aquí, Álvaro? —pregunté, sorprendida y un poco incómoda.

—Necesito hablar contigo, Natalia. —dijo, con una expresión seria—. ¿Puedo pasar?

Dudé por un momento, pero finalmente cedí y lo dejé entrar. Cerré la puerta y lo conduje a la pequeña sala de estar. Nos sentamos en el sofá, y el silencio se volvió casi palpable.

—¿Qué quieres, Álvaro? —pregunté, tratando de mantener la compostura.

—Nat, sé que estás herida y confundida, pero necesito explicarte algunas c
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