Natalia es una joven dulce e inocente, su madre está a punto de morir y ella no posee dinero para el tratamiento. Sin embargo, todo cambia cuando muere su jefe y se percata de que ella es heredera de su fortuna, pero debe cumplir una condición. Casarse con el arrogante nieto de su jefe.
Leer másMi nombre es Natalia Bernal. No sé quiénes son mis padres biológicos; crecí con Margarita, quien me adoptó desde que era un bebé. Ella era una mujer viuda con una hija propia, y a pesar de sus propias luchas, se hizo cargo de mí con amor y dedicación.
La devastación me consumía. Desde el día en que los médicos me informaron sobre el cáncer avanzado de mi madre, sentí que mi mundo se desmoronaba a mi alrededor. Hablaban de tratamientos, sí, pero las esperanzas de éxito eran inciertas, apenas un rayo de luz en medio de la oscuridad abrumadora. El costo del tratamiento era prohibitivo para mí. Sin embargo, en medio de mi desesperación, apareció como un verdadero ángel Don Thomas Villaseñor. Él no solo fue un benefactor generoso, sino que se convirtió en una figura paternal para mí, un abuelo amoroso que nunca tuve. Me ofreció un trabajo como su asistente personal y se encargó de cubrir los gastos del tratamiento de mi madre, además de financiar mis estudios. Para mí, era más que un empleador; era un salvador que apareció en el momento más oscuro de mi vida. La noticia de su muerte me golpeó con fuerza. No podía entender cómo un hombre tan bondadoso y generoso podía desaparecer así. Sus propios parientes ni siquiera se habían dado cuenta de su partida. Había muerto solo, en el suelo, en el frío de la noche, sin nadie a su lado. Era un final desgarrador para alguien que había sido mi luz en la oscuridad, mi guía en momentos de necesidad. Ningún ser humano merecía un final tan solitario, y mucho menos alguien como él, que había sido un verdadero ángel en mi vida. —Natalia —pronunció mi nombre la ama de llaves sacándome de mis pensamientos. La señora Adela había sido amable conmigo desde que llegué a la mansión. Los otros sirvientes no me habían aceptado bien. —¿En qué puedo ayudarla, señora Adela? —pregunté con amabilidad. —Necesito que lleves el desayuno al joven Adrián. Está en el despacho —me informó, entregándome una bandeja. Don Thomas tenía dos nietos: El menor Álvaro Fontana quién era una completa luz y Adrián Fontana, el mayor, quién desde que murió su abuelo y regreso del extranjero se había adueñado de la mansión. —Yo... —comencé a decir, titubeando. —Don Thomas ya no está para defenderte. A partir de ahora, eres otra sirvienta —intervino otra de las empleadas con una sonrisa burlona—. Son órdenes de la señora. Quise responderle, pero no tenía sentido. A mí no me molestaba trabajar en el servicio doméstico; consideraba que era un trabajo digno. Lo único que me preocupaba era mi salario, ya que necesitaba mucho dinero para el tratamiento de mi madre. Tal vez debiera pedirle al joven algún tipo de préstamo. Inmersa en mis pensamientos, llegué al despacho. Toqué la puerta y, cuando él me lo indicó, entré. Caminé despacio, tratando de evitar su mirada. No entendía por qué me ponía tan nerviosa, dado que no lo conocía en absoluto y ni siquiera habíamos cruzado palabras. Su presencia era como un imán, atrayendo mi atención instantáneamente. Sus ojos, profundos como el océano en calma. El cabello oscuro caía en mechones perfectamente peinados, añadiendo un aura de misterio a su apariencia imponente. —Puedes retirarte —dijo sin mirarme siquiera, una vez dejé la bandeja en una mesa auxiliar. No entendía por qué cada vez que me miraba, lo hacía con tanto desprecio, como si yo le hubiera hecho algún grave daño. —Nece... Necesito hablar con usted —musité. —Los asuntos de los sirvientes los maneja Adela —respondió sin siquiera mirarme. —Es muy importante, necesito un préstamo —dije, dejando de lado mi orgullo. La vida de mi madre estaba por encima de todo. Él se puso de pie y me clavó su mirada. Nunca antes me habían mirado de esa forma... ¿Será que él es humano? —No quiero parecer atrevida. Necesito ese dinero e intentaría pagarle lo más rápido posible —aseguré, sin bajar la vista. —Cierra la puerta —ordenó, y yo obedecí. Tal vez planeaba abrir la caja fuerte y sacar algunos billetes, y por seguridad no quería que nadie viera la combinación. —Bien, ahora quítate la ropa —exigió. —¿Qué?... Esto no era lo que yo... No pude terminar la oración, ya que él me interrumpió. —¿No era eso lo que hacías con mi abuelo? —preguntó entre risas. —¡Por supuesto que no, Don Thomas! Sería incapaz de faltar al respeto de esa manera, y nunca... —exclamé molesta, pero nuevamente fui interrumpida. —No intentes engañarme, no nací ayer, cariño —anunció en tono burlón—. Te encerrabas en la habitación de mi abuelo todas las tardes y recibías una suma millonaria cada mes. Él había revisado las finanzas de Don Thomas y, seguramente los sirvientes, habían difundido mentiras sobre mí. Estaba claro que ya había emitido un juicio negativo sobre mí. —No soy lo que usted piensa —espeté molesta—. No soy una mujer de esas. —La falsedad se ve en tu mirada. Quizás engañaste a mi abuelo y a mi hermano, pero no lo harás conmigo. Si no quieres cumplir con mi petición, puedes irte. Tengo más que suficientes sirvientas y no necesito otra más. Quítate la ropa o lárgate. No pienso perder más tiempo con mujerzuelas aprovechadas de viejos indefensos. Nadie antes me había humillado de esa manera, pero no me quedaría de brazos cruzados. —¡Don Thomas se rehusaba a creerlo, pero los rumores eran ciertos! ¡Usted es despreciable y ruin! ¡Su abuelo lo amaba y no fue capaz de visitarlo ni siquiera una vez y ahora viene a adueñarse de su fortuna!—espeté molesta, y pude ver sorpresa en su mirada. Parecía que nadie antes le había hablado de esa manera.— Es usted el aprovechado. —¡Vete! No quiero verte nunca más en esta casa —advirtió—. Me encargaré personalmente de que una insolente como tú no consiga trabajo en ningún lugar.Adrián Fontana Cuando abrí los ojos, me encontré sumido en un mareo confuso. La luz blanca del lugar me cegó por un momento, y mi mente luchaba por salir de las tinieblas de la inconsciencia. Con un esfuerzo titánico, logré enfocar mi mirada y distinguir la figura familiar de mi madre, sentada junto a mi cama. Su rostro estaba lleno de angustia y alivio a la vez, sus ojos cristalinos reflejaban una mezcla de emociones. Con delicadeza, sostuvo mi mano entre las suyas, transmitiéndome una sensación de seguridad y cariño que me reconfortó en medio de la confusión. — ¿Mamá? —mi voz sonaba ronca y débil mientras intentaba asimilar lo que veía. Mi madre, con los ojos llenos de lágrimas, se acercó rápidamente a mi lado. — ¡Adrián, hijo mío! —sus palabras estaban llenas de alivio y preocupación. Me sostuvo la mano con ternura mientras me miraba con amor y angustia. Hace años no me miraba con amor. — ¿Qué pasó? ¿Cómo llegué aquí? —mi mente estaba llena de confusión mientras trataba d
Me encontraba amarrada, con la cabeza dando vueltas. No entendía qué estaba pasando ni a dónde se habían llevado a mi bebé. La angustia y el miedo se mezclaban en mi mente, nublando mis pensamientos. En ese momento, Leonel se acercó a mí y llevó sus manos a mis mejillas, deteniendo mis lágrimas con un gesto sorprendentemente tierno. —Eres hermosa, Nat —dijo con una voz suave, casi acariciándome con sus palabras. —¿Dónde está Thomas? —pregunté, la desesperación clara en mi voz. —Thomas está con Adrián y Natalia, sus padres —respondió, una sonrisa siniestra curvando sus labios. Me mostró una fotografía que me dejó helada. En la imagen, se veían Adrián y Clara, abrazando a Thomas como si fueran una familia feliz. No podía ser verdad. ¿Cómo podía Adrián no darse cuenta de que Clara había tomado mi identidad? La realidad se mezclaba con la confusión y la incredulidad en mi mente. —No puede ser... —susurré, sintiendo cómo una nueva oleada de lágrimas amenazaba con desbordarse—. Él
Adrián Fontana. Estoy completamente enfadado desde que Emir me llamó y me informó que el miserable de Leonel tiene a mi esposa y a mi hijo. Aún no puedo creer que esto sea posible. La ira y la desesperación se mezclan en mi interior, formando una tormenta que amenaza con consumir mi razón. Me encuentro en la mansión, en el despacho de Emir, con mi hermano Álvaro a mi lado. Él está tan desesperado como yo, su rostro muestra una mezcla de miedo y furia contenida. Emir nos mira con preocupación, tratando de mantener la calma en medio de esta crisis. —Adrián, tenemos que actuar rápido —dice Emir, su voz grave—. Leonel es peligroso y no sabemos de lo que es capaz. Asiento, mi mente trabajando a mil por hora, tratando de encontrar una solución. No puedo permitir que Natalia y Thomas estén en peligro ni un segundo más. —Lo sé, Emir. Pero si llamamos a la policía, Leonel podría lastimarlos. Tenemos que manejar esto con cuidado —respondo, tratando de mantener la calma a pesar de que
Estaba caminando tranquilamente por el parque, empujando el carrito de Thomas mientras él observaba todo a su alrededor con curiosidad. El sol de la tarde bañaba todo con una luz cálida, y el suave murmullo de las hojas me daba una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Mi teléfono sonó, rompiendo el momento de tranquilidad. Era el abogado de mi padre. Atendí la llamada, un poco nerviosa. —Hola, Natalia. —saludó con una voz profesional—. Necesitamos hablar contigo sobre un asunto importante relacionado con la herencia de tu abuelo. —¿La herencia de mi abuelo? —pregunté, sorprendida. No sabía que había dejado algo para nosotros. —Sí. Al parecer, dejó una herencia considerable para su primer nieto, y eso sería Thomas. Necesitamos discutir los detalles y los pasos a seguir. Mi corazón se aceleró. La idea de que Thomas tuviera una herencia que podría asegurarle un futuro mejor era abrumadora. A la vez, me preocupaba cómo esta noticia podría complicar aún más las
Había regresado finalmente a la casa de mi madre, Margarita. Paula quiso venir conmigo, pero yo me negué porque ella estaba muy bien en la mansión. Emir le estaba pagando sus estudios y yo sabía que era feliz. Thomas estaba dormido mientras yo ordenaba mi ropa en el pequeño cuarto que solía ser mío. La casa de mi madre era modesta pero acogedora, y me sentía aliviada de estar en un lugar seguro. Estaba absorta en mis pensamientos cuando escuché un golpe en la puerta. Me acerqué y, al abrirla, vi a Álvaro. —¿Qué haces aquí, Álvaro? —pregunté, sorprendida y un poco incómoda. —Necesito hablar contigo, Natalia. —dijo, con una expresión seria—. ¿Puedo pasar? Dudé por un momento, pero finalmente cedí y lo dejé entrar. Cerré la puerta y lo conduje a la pequeña sala de estar. Nos sentamos en el sofá, y el silencio se volvió casi palpable. —¿Qué quieres, Álvaro? —pregunté, tratando de mantener la compostura. —Nat, sé que estás herida y confundida, pero necesito explicarte algunas c
Cuando llegué a casa, la confusión me envolvía. Mamá, tras abrazarme, se llevó a Thomas a dormir. Mientras tanto, yo permanecía en la sala, perdida en mis pensamientos, mientras Emir intentaba hablarme. Poco a poco, los recuerdos volvían: su actitud hostil, sus desprecios y la ocasión en que me chantajeó para que dejara a Adrián. —Natalia, no lo escuches —insistió Emir, su tono firme, pero con un rastro de preocupación. —Lo recuerdo —dije, interrumpiéndolo—. Tú querías que Adrián se casara con tu hija Clara. Me insultaste y me amenazaste varias veces. Emir frunció el ceño, pero no negó mis palabras. —Nat, lo hice por tu bien. Adrián no era el hombre adecuado para ti. —¿Por mi bien? —respondí, la indignación creciendo en mi voz—. Me obligaste a separarme de él, a vivir una mentira. —Nat... —intentó decir, pero yo no lo dejé continuar. —No tienes idea del daño que has causado. —dije, las lágrimas llenando mis ojos—Todo fue una manipulación tuya. —Hice lo que creí mejor
Último capítulo