Adrián Fontana
En plena madrugada, fui despertado por mi madre. Su voz temblaba mientras me decía que Natalia había tenido un accidente anoche. Sin dudarlo, salté de la cama y corrí a la clínica, mi corazón latiendo frenéticamente en mi pecho.
Al llegar, vi a Emir, su esposa y Omar en la sala de espera. Sus rostros reflejaban una desesperación que aumentó mi angustia. El aire estaba cargado de tensión y miedo.
No podía ser posible. No podía perderla. No se podía morir. Ella me engañó, pero yo la amo con toda mi alma. No sé vivir sin Natalia.
Entré a la sala de espera con pasos rápidos y descompasados, mi respiración entrecortada. Me acerqué a Emir, quien me miró con ojos llenos de lágrimas y dolor. Su esposa, a su lado, tenía el rostro pálido y Omar, normalmente tan sereno, se paseaba de un lado a otro, completamente fuera de sí.
—¿Qué pasó? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
—Fue un accidente —respondió Emir, su voz quebrada—Se cayó del balcón.
Sentí como si el