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Casada con el CEO arrogante
Casada con el CEO arrogante
Por: Joel Rey
Capítulo 1 – El contrato inesperado

El reloj marcaba las once de la noche cuando Elena Ramírez entró temblando en el despacho de mármol. Las paredes estaban forradas de estanterías con libros de leyes y contratos, y el aire olía a cuero caro mezclado con café recién hecho. Cada paso que daba resonaba contra el suelo brillante como si la sala entera quisiera recordarle lo fuera de lugar que estaba allí.

Frente a ella, sentado tras un escritorio imponente, se encontraba Alejandro Torres, el joven multimillonario que controlaba medio México con sus empresas. Su reputación lo precedía: un hombre frío, calculador, acostumbrado a que todos obedecieran sus órdenes. Vestía un traje oscuro perfectamente ajustado y su mirada, tan afilada como el filo de un cuchillo, se clavó en ella como si pudiera leer sus pensamientos más íntimos.

—Así que eres la hija del señor Ramírez —dijo él sin molestarse en saludarla, hojeando un fajo de documentos—. Tu padre me debe diez millones de pesos.

Elena apretó los puños. Sentía que las piernas le temblaban, pero no podía permitirse mostrar debilidad.

—Yo… yo no tengo esa cantidad —murmuró, con la voz quebrada.

Alejandro alzó una ceja, como si hubiera anticipado esa respuesta.

—Lo sé. Tu padre ya me lo explicó. Y créeme, la deuda no desaparece solo porque tú lo digas.

Elena tragó saliva. Su familia estaba al borde de la ruina y esa deuda había caído sobre ellos como una sentencia de muerte. Pensó en su madre enferma, en sus hermanos menores que aún iban a la escuela. Tenía que encontrar una solución, cualquier cosa que pudiera salvarlos.

Pero entonces Alejandro se levantó de la silla. Con pasos lentos rodeó el escritorio y se detuvo frente a ella. Era alto, imponente, y la diferencia de estatura la hizo sentirse más pequeña de lo que ya estaba. Extendió un documento y lo colocó sobre la mesa que los separaba.

—No me interesa tu dinero —dijo con una calma perturbadora—. Lo que quiero… es a ti.

El corazón de Elena dio un vuelco.

—¿Qué… qué significa eso?

Él sonrió, pero su sonrisa no tenía nada de amable.

—Es simple. Firmarás este contrato de matrimonio conmigo. Serás mi esposa durante un año. A cambio, borraré la deuda de tu familia.

Elena retrocedió un paso, como si aquellas palabras hubieran sido un golpe.

—¡Eso es absurdo! —exclamó.

Alejandro apoyó ambas manos sobre la mesa, inclinándose hacia ella. Su perfume caro llenó el espacio entre ellos, mezclándose con la tensión que podía cortarse con un cuchillo.

—Tienes dos opciones, señorita Ramírez. Firmas… o tu familia lo pierde todo.

La joven sintió que el aire se escapaba de sus pulmones. Miró el contrato con letras frías y legales, y luego a Alejandro, que la observaba con la seguridad de quien ya había ganado. Su mente se llenó de preguntas: ¿Por qué ella? ¿Por qué un hombre como él querría atarse a alguien como ella?

—No entiendo —balbuceó—. Con su poder y su dinero, podría casarse con cualquier mujer que quisiera. ¿Por qué yo?

Él se enderezó y cruzó los brazos.

—Porque no cualquiera se atrevería a desafiarme como tú lo hiciste hoy. Porque necesito una esposa que no esté conmigo por mi dinero, sino por obligación. Y porque… —hizo una pausa, como si midiera sus palabras— hay asuntos en mi empresa que requieren que me case cuanto antes.

Elena sintió que las piernas le flaqueaban.

—Usted… me está usando como una pieza de ajedrez.

Alejandro sonrió con frialdad.

—Llámalo como quieras. Yo lo llamo un negocio.

Elena cerró los ojos por un instante. Pensó en la casa que estaba a punto de ser embargada, en su madre postrada en cama, en sus hermanos pequeños que dependían de ella. La rabia y la impotencia se mezclaron en su interior. No quería ceder, no quería convertirse en la marioneta de ese hombre arrogante, pero… ¿qué otra opción tenía?

—¿Y si digo que no? —preguntó con un hilo de voz.

Él se inclinó sobre ella, acercándose lo suficiente para que pudiera ver el brillo gélido de sus ojos.

—Entonces tu familia se hundirá en la miseria. Y créeme, señorita Ramírez, no soy un hombre que tolere la desobediencia.

El silencio se hizo pesado. El contrato permanecía sobre la mesa, con una pluma elegante a un lado, esperando su firma como un verdugo paciente.

Elena sintió un nudo en la garganta. Parte de ella quería huir, gritar, destruir aquel papel y escapar de esa oficina lujosa que parecía una cárcel. Pero otra parte, la parte que conocía la realidad de su familia, sabía que no podía permitirse esa rebeldía.

Sus dedos temblaron al acercarse al documento. Alejandro no dijo nada; solo la observaba con una mezcla de arrogancia y expectación.

En ese momento, Elena se preguntó si ese contrato sería el fin de su vida… o el inicio de una historia que jamás hubiera imaginado.

Con el corazón latiendo desbocado, tomó la pluma.

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