Los días pasaban con una rapidez cruel, como si el tiempo se burlara de mí. A veces sentía que apenas despertaba cuando ya era de noche otra vez. Todo dependía del día para saber cómo se comportaría Matt conmigo. Había mañanas en las que era ese esposo del que me había enamorado: atento, amable, con palabras suaves y gestos que me hacían creer que aún quedaba algo real entre nosotros. Pero otros días… otros días simplemente me recordaba, sin decirlo en voz alta, que nuestro matrimonio había sido un contrato conveniente, una alianza fría entre dos familias poderosas.

El tratamiento me tenía completamente agotada. Mi cuerpo dolía de una manera que jamás había experimentado antes. Me sentía débil, mareada, con náuseas constantes y un cansancio que parecía no desaparecer nunca. Lo peor de todo era que Matt no sabía absolutamente nada. Estaba tan ocupado con el trabajo y con Anais que encontrar un momento en el que no estuviera “indispuesto” era casi un milagro.

Otra cosa que Matt desco