Tal como lo prometió, ese mismo día Eros la sacó de la mansión.
La instaló en un departamento amplio, cómodo, completamente amueblado… con una sola condición: no podía salir sola.
¿Se lo esperaba?
Desde luego que sí. No todo podía ser perfecto.
Así que ahora tenía que estar siempre acompañada por alguien.
Y ese alguien era nada menos que un gorila que había contratado para que fuera su guardaespaldas. Un tipo enorme que parecía medir más de dos metros.
Su cara era de pocos amigos, y se plantaba de pie frente a la puerta del departamento como si fuera una estatua.
Al principio no pudo evitar oponerse. Pero luego pensó en las ventajas.
No tenía que verle la cara a Eros, ni estar en esa habitación que le traía tan malos recuerdos.
Mucho menos tenía que aguantar a Ana ni a ninguno de esos empleados que lo defendían como si fuera un santo.
Y lo más importante: tenía paz.
Así que aceptó.
El lugar era amplio, con pisos de madera clara, paredes blancas y luz por todos lados.
La co