—Lo siento, Rubí. No pude hacer nada para evitar la quiebra de tu familia —fueron las palabras exactas de su esposo.
El corazón de la joven se hizo añicos con esa declaración.
El dinero nunca le había importado, pero lo que sí tenía relevancia eran las últimas palabras de su abuelo.
“Confío en ti para que cuides de nuestro patrimonio”
—Eros, por favor… —suplicó al teléfono.
—Me enteré del incidente de hoy. Podemos pedir una orden de alejamiento para Mauricio —dijo, en cambio.
—Necesito devolver ese dinero —apremió en medio de un sollozo—. No es mío. Yo no debí heredar nada de eso. ¡No debí…!
—No es tu culpa —la interrumpió con calma.
—¡Sí, lo es! —gritó más fuerte—. Por favor, ayúdame.
—Lo siento, Rubí —la llamada se colgó.
Pasó el resto del día encerrada en su habitación.
No comió.
No bebió ni siquiera agua.
Solamente se miraba al espejo.
Su reflejo era completamente lamentable.
¿Cuándo se había convertido en esta mujer sin fuerzas? ¿Sin ganas de vivir? Porque justo