—¡Eres una tonta!
Rubí acababa de salir del consultorio de su terapeuta cuando se encontró cara a cara con su padre.
El rostro de Mauricio Visconti estaba completamente desfigurado por la ira. Sus ojos saltones y violentos, su cuello hinchado por las venas mientras sus manos se empuñaban con fuerza al costado de su cuerpo.
El chofer bajó rápidamente del auto y se interpuso entre ellos, quizás notando las intenciones asesinas de su progenitor.
Y es que aquel hombre parecía dispuesto a armar un escándalo, golpeándola incluso en plena calle.
¿Acaso ya no le importaba su reputación?
—Padre, creo que Eros fue claro al decirte la última vez, que no está permitido que te acerques a mí. Te agradeceré que te marches —fue enteramente educada, mientras pronunciaba aquellas palabras que marcaban límites irrefutables.
—Eros —escupió el nombre como si fuera ácido—. ¿De verdad eres tan tonta que no te das cuenta de que ese hombre te está usando? ¿Tan ciega eres, hija mía? —dijo las últimas palabras