DANTE
La lluvia golpeaba el techo de la cabaña como si quisiera arrancarlo de cuajo. Afuera, el bosque era una masa negra que se sacudía con el viento y los relámpagos. El cielo de Nápoles, ennegrecido por la tormenta, parecía querer tragarse el mundo.
La cabaña no estaba en los Alpes, sino en una zona boscosa a las afueras de Nápoles, en un claro oculto entre colinas abandonadas por la urbanización. Era uno de esos lugares donde nadie preguntaba, donde la señal del móvil moría y la única voz que quedaba era la del viento entre los árboles. Una construcción vieja, de techos bajos, madera húmeda y piedra desgastada. Había pertenecido a un tío lejano de Paolo, que la usaba como escondite para amantes y armas. Ahora era nuestro campo de entrenamiento impr