ZOE
No sé qué día es. No sé si afuera es de noche o si la luz blanca de este lugar es una forma de castigo. Lo único que sé, con la certeza de quien se está perdiendo a sí misma, es que mi mente ya no me pertenece del todo.
El Doctor Rojo no tortura con gritos ni látigos. No necesita mancharse las manos de sangre para destrozarte. Él trabaja en silencio. Con guantes quirúrgicos. Con batas inmaculadas. Con una libreta roja donde anota cada una de mis grietas. Reescribe. Inserta frases como cuchillas entre pensamientos. A veces son solo palabras sueltas, frases que parecen inocentes, pero que me perforan por dentro.
Me proyecta recuerdos que no viví. Borra rostros. Implanta otros. Me hace creer que Verona me entregó. Que Dante me vendió. Que mi madre nunca me quiso. Cada vez que cierro los ojos, un nuevo eco sustituye al anterior, como si mi pasado estuviera siendo editado línea por línea. Cada historia en la que creí… se desvanece como tinta mojada.
Me habla con una ternura fría, quirú