Encontrará un sacrificio.
**ÁNGEL MONTENEGRO**
El salón me recibe con la solemnidad de un templo abandonado. Las columnas altas, frías, se elevan como centinelas de piedra que custodian mis pecados. Las paredes, vestidas de terciopelo carmesí, devoran la luz y la devuelven en un resplandor enfermizo, mientras los candelabros chisporrotean con la terquedad de quienes saben que la oscuridad terminará por tragarlos.
Los retratos antiguos cuelgan como juicios silenciosos. Sus ojos pintados parecen seguirme, pero ninguno de ellos se atreve a condenarme. Ese aroma invisible en el aire huele a madera añeja y a poder… ese aroma invisible que solo los débiles temen reconocer.
El tocadiscos gira con parsimonia, y el violín corta el silencio como un lamento eterno. Mi padre solía decir que el poder no necesita explicación, solo demostración. Hoy esas notas me lo recuerdan, como un eco que nunca se extingue.
Me sirvo una copa, y el vino cae con un murmullo espeso, rojo, obsceno, como si la copa misma reclamara sangre. Lo