197. Que no digan que no les advertí
Stefanos
Llegar al campamento debería ser sinónimo de estrategia, no de presagio.
Pero algo andaba mal.
El olor de la sangre seca bajo mis dedos aún no había sido lavado de la última batalla, pero el sabor amargo que subió por mi garganta... fue otro. Aquello no era el cansancio de la guerra. Era algo diferente. Casi instintivo.
Como si el mundo estuviera a punto de caer sobre mi cabeza y mi lobo lo supiera antes que yo.
El viento cortaba el aire con un susurro agorero. No era solo el campo lo que estaba en silencio. Era como si hasta la tierra contuviera la respiración.
Apenas bajé de la camioneta, tomé mi celular.
La pantalla se iluminó con una advertencia roja.
20 llamadas perdidas.
El pecho se me oprimió.
La mano que sostenía el aparato se endureció como piedra.
Yo era el Alfa de la Boreal. El monstruo creado para intimidar reyes, la sangre que nunca retrocedía ante una orden. Pero, allí, con ese número parpadeando en la pantalla, sentí un miedo que no se parecía a ningún otro.
El