La madrugada había caído sobre la ciudad como un manto pesado, y el Hospital Central se iluminaba en la distancia con un brillo frío y clínico que contrastaba con la oscuridad envolvente. Aurora estaba siendo llevada en una camilla por el pasillo principal, rodeada por el equipo médico que trabajaba frenéticamente para estabilizarla. Alexander caminaba detrás, sus botas resonando en el suelo de mármol, cada paso firme un reflejo de su determinación. A pesar de haber sido testigo de innumerables escenas similares, algo en esta situación lo mantenía profundamente inquieto.
Cuando llegaron a la sala de emergencias, los médicos se dispersaron para iniciar el procedimiento. Una doctora joven, de cabello recogido y mirada concentrada, se acercó a Alexander.
—Coronel, haremos todo lo posible por estabilizarla. Parece estar respondiendo bien a la intravenosa, pero necesitamos tratar los golpes internos y monitorear la fiebre.
Alexander asintió, aunque su mente no podía dejar de correr en