Capítulo 8

Sofía se despertó con una sensación de paz que no había conocido en años.

El cuerpo le dolía ligeramente, pero el recuerdo de la noche anterior la envolvió en una calidez embriagadora.

Por fin, se sentía vista, no como la sombra de su hermana, sino como una mujer amada.

Alessandro le había hablado con una ternura que la había desarmado, y sus caricias habían sido una promesa de seguridad.

En ese momento, en esa cama, ella se había convencido de que su amor era la cura para su alma herida.

Extendió la mano, buscando el peso protector de su cuerpo, pero el otro lado de la cama estaba frío y vacío.

El pánico la asaltó.

Se levantó de un salto, envolviéndose en la sábana de seda que olía a él, a cedro y a una colonia fuerte.

Recorrió la habitación con la mirada. No recordaba ni cómo había llegado hasta allí.

Tampoco había ninguna nota, ningún rastro de la presencia de Alessandro en aquel lugar.

El reloj de la mesita de noche marcaba las once de la mañana, como un indicio cruel de cuánto ti
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