Alessandro se dirigió al salón principal tan ñronto como dejo a Daryel en la biblioteca.
Con una copa de brandy en la mano que, una de sus criadasle ofreció, sus ojos avellana observaron a Sofía Metaxis en la distancia.
La chica, con su inocencia a flor de piel, era una contradicción perfecta a la mujer que obsesionaba su existencia. Daryel era fuego y acero, altivez y desafío, una fortaleza inexpugnable. Sofía era maleable, asustada, un lienzo en blanco sobre el que podía pintar la fantasía que quisiera.
Y en su mente, era además la pieza perfecta para su juego.
Había pasado las últimas horas creando una fachada de hombre compasivo ante la joven. Comportándose como un perfecto anfitrión y alguien a quien no debía temer.
Todo era un cálculo meticuloso, un plan trazado con la misma precisión que usaba para sus adquisiciones de empresas.
Él no estaba buscando el amor y la devoción de Sofía, eso no le interesaba en absoluto ni le quitaba el sueño; lo que, hacía era cultivar su