Un extraño sonido invadía mis oídos, un zumbido ensordecedor que parecía provenir desde dentro de mi cabeza. Era como si el mundo a mi alrededor se hubiera apagado, dejando solo ese ruido insistente y molesto. Mi respiración era cada vez más superficial, y el reflejo de las luces sobre el anillo comenzó a marearme.
Finalmente, un murmullo me trajo a la realidad. Miré a mi derecha y allí estaba mi familia. En medio de ellos, mi madre. Ella sonreía emocionada. Sin embargo, al ver mi silencio prolongado, su expresión comenzó a transformarse lentamente, pasando de la alegría a una seriedad casi gélida y severa.
Sus ojos me escudriñaban como si pudiera leer en mi mente y encontrar ahí lo que tanto temía. Un leve asentimiento de su cabeza, apenas perceptible para los demás, me indicó la respuesta que debía dar. Mis labios se tensaron involuntariamente, como si me estuviera resistiendo. Mi madre no decía nada, pero su mirada lo gritaba: "No hagas nada que arruine esto".
El peso de sus expectativas pesaba mucho más que el de todos juntos.
"Ya le quité una hija… no tengo derecho a hacerla sufrir más", pensé mientras una lágrima sola se deslizaba por mi mejilla.
—¿Mi amor? —pronunció Dylan, su mirada ahora se mezclaba con una leve sombra de preocupación.
Extendí mi mano hacia él.
—Acepto —mi voz salió como un susurro apenas audible.
Dylan sonrió y al deslizar el anillo en mi dedo, todo el salón estalló en aplausos y vítores, creando una atmósfera que para mí se sentía más opresiva que festiva.
Él se levantó rápidamente, me abrazó con fuerza, y al separarse lo suficiente para mirarme a los ojos, me besó con una intensidad que me dejó sin aliento.
—Te amo, te amo —repitió una y otra vez.
Las luces volvieron a encenderse. Nuestras familias y los invitados se acercaron a felicitarnos mientras yo forzaba una sonrisa de agradecimiento.
Más tarde, la celebración llegó a su fin, finalmente, dándome un poco de alivio temporal. En cuanto llegué a casa, fingí un poco más frente a mi familia y subí a mi habitación.
Me senté frente al tocador y empecé a desmaquillarme lentamente mientras veía mi reflejo en el espejo. Mi cuerpo parecía moverse en automático como si no conectara cada acción con mi cerebro.
Mi mirada se posó sobre el anillo de compromiso en mi dedo, las lágrimas cayeron sobre mi mano, dejando pequeños surcos de humedad que parecían reflejar mi confusión interna. Cada destello del diamante bajo la tenue luz del cuarto me recordaba el peso de mis decisiones, o más bien, la falta de ellas.
—¿Qué estoy haciendo? —me pregunté a mí misma, pero no encontraba respuesta en mi interior.
De repente, la puerta de mi habitación se abrió, era mi madre. Rápidamente intenté secar mis lágrimas, pero aun así ella lo notó.
—Ay, cariño, debes de estar muy emocionada —dijo acercándose. Tomó mis manos entre las suyas.
Me mantuve en silencio, mirándola con ojos llorosos. Como si esperara que ella notara lo infeliz que era, lo atrapada que me sentía y la tristeza que escondía en mi interior. Pero ella no lo hizo.
Por un breve instante, sus ojos parecieron compasivos y de repente aclaró su garganta y soltó mis manos alejándose un poco.
—Tenemos mucho que planificar, lo primero será la fiesta de compromiso, la cual será en dos semanas —dijo caminando de un lado al otro, como si evitara mirarme.
—¿D-dos semanas? —repetí abrumada, sintiendo que todo iba muy rápido.
—Así es, Isella y yo pensamos que no es necesario esperar tanto para anunciar formalmente el compromiso y la fecha de la boda ante la prensa, familiares y amigos. También haremos una sesión fotográfica de los dos para la portada de la revista 'Glamour' —continuó mi madre, con un tono resuelto que no dejaba espacio a discusión.
Cada palabra que decía mamá parecía un clavo más en un ataúd que no sabía cómo abrir.
—¿Sesión fotográfica? —murmuré, casi inaudible, intentando procesar todo lo que estaba diciendo.
Mi respiración se volvió cada vez más acelerada y errática mientras observaba fijamente el piso. Mi madre se agachó frente a mí, obstruyendo mi visión y obligándome a mirarla.
—Oye, mi niña, está bien, todo está bien —intentó calmarme, al mismo tiempo que frotaba mis hombros. Continuó— Sé que no te gusta mucho la exposición pública debido a que eres muy tímida y a tu pánico escénico, por eso dejaste de tocar piano, pero yo estaré contigo en todo momento y Dylan también. Esto no se trata de exponerte sola, se trata del comienzo de algo hermoso, de anunciarle al mundo entero que te casarás con el hombre que amas y vivirán juntos para siempre.
Sus palabras resonaban en mi cabeza como un martillo. Ella sonreía.
—No sabes lo feliz que estoy. Esta noche ha sido la más feliz de mi vida después de tanto tiempo —expresó, su rostro ensombreciéndose, haciéndome recordar esa fatídica noche. Bajé la mirada—. No sabes lo orgullosa que estoy de ti. Dylan es perfecto para ti, juntos van a formar una hermosa familia y me darán muchos nietos, ¿eso no te hace feliz? —preguntó con una sonrisa que intentaba contagiarme, pero solo logró profundizar el nudo en mi garganta.
Observé el anillo en mi dedo y asentí lentamente.
—Sí... Muy feliz —respondí, mi voz a punto de quebrarse. Aun así me esforcé en darle una sonrisa.
Mamá me dio un beso en la frente.
—Esa es mi niña —murmuró, claramente complacida con mi respuesta. Luego se levantó de la cama, alisando su vestido con movimientos pausados—. Mañana comenzaremos a planearlo todo. Será un compromiso digno de nuestra familia, Harper. Te dejaré descansar.
La vi salir de mi habitación, cerrando la puerta suavemente tras de sí. Tan pronto como el silencio llenó el espacio, mi sonrisa se desvaneció.
Respiré profundo y sequé mis lágrimas. Debía aceptar mi destino, que quizás no era tan cruel como pensaba.
UNA SEMANA DESPUÉS
El aire fresco del jardín se colaba entre los árboles y arbustos perfectamente podados de la casa, mientras desayunaba debajo del kiosco de madera fina. Disfrutando de un pequeño descanso antes de que llegara la tarde y tuviera que enfrentar la infinidad de compromisos y preparativos que mi madre tenía para la fiesta de compromiso.
Había sido un gran alivio que mi padre interviniera para que la boda se llevara a cabo después de mi graduación. Mi madre no estaba feliz con esa decisión, ella insistía en que fuera en dos meses, pero papá se mantuvo firme en su decisión.
"Harper necesita terminar sus estudios sin distracciones", había dicho con tono definitivo, y por primera vez en mucho tiempo, mi madre no encontró argumentos para contradecirlo. Así que la boda será en seis meses exactamente.
Así, se fijó una fecha para la boda dentro de seis meses. Aunque esto me daba algo de respiro, no evitaba la presión constante que la fiesta de compromiso había traído consigo. Si bien lo lógico habría sido aplazar también esa celebración, mi madre e Isella se opusieron rotundamente. Y no hubo poder humano que las hiciera cambiar de opinión.
Mientras sorbía el té, observé cómo las hojas de los árboles bailaban suavemente con la brisa. El jardín, siempre impecable, irradiaba tranquilidad, en un contraste cruel con mi mente, que estaba en constante conflicto.
No puedo negar que me siento sola en medio de todo esto. Melisa, mi mejor amiga, aún seguía molesta conmigo desde que se enteró del compromiso. Su silencio me dolía, aunque sabía y entendía el porqué de su enojo. Mientras miraba distraídamente la taza de té en mis manos, la voz de mi madre interrumpió mis pensamientos.
—Adivina quién vino a visitarte —canturreó, con una sonrisa que parecía iluminar todo el jardín.
Levanté la vista y, detrás de ella, vi a Dylan. Su presencia siempre parecía llenar los espacios con una energía arrolladora, aunque a mí solo me lograba abrumar.
—Hola, amor —saludó, acercándose para darme un beso suave en los labios.
—Q-qué agradable sorpresa... —balbuceé, intentando mantener la compostura.
—Necesito hablar contigo, y no quise esperar —dijo, con esa sonrisa que siempre parecía sincera.
—Bueno, los dejo solos para que hablen a gusto —intervino mi madre, guiñándome un ojo antes de retirarse.
Dylan tomó asiento en la silla frente a mí, su mirada fija en la mía.
—Mi amor, necesito hablarte de algo que considero muy importante —dijo, mientras tomaba mi mano entre las suyas.
—Te escucho —respondí, esforzándome por sonreír un poco.
—Sabes que mi padre y yo llevamos mucho tiempo intentando contactar a Dante... —comenzó, con un tono que mezclaba esperanza y melancolía.
El solo escuchar ese nombre hizo que mi estómago se encogiera. Tragué saliva, tratando de no delatar mi nerviosismo.
—Mi padre siempre se sintió culpable de que se fuera de casa y yo también me siento así por no darme cuenta de lo que estaba pasando con él. Dante es mi hermano, Harper, y lo extraño muchísimo —había un notable arrepentimiento en sus palabras y culpa en su expresión.
No pude evitar sentirme identificada y a la vez conmovida con las palabras de Dylan. A veces olvido que esa noche, ambos perdimos un hermano.
Mi mente evocó el recuerdo de ese día, tan solo un día después de la muerte de Lucía. Mamá no quería separarse del ataúd, mi padre no hallaba cómo consolarla y yo había salido al jardín porque no soportaba ver el sufrimiento que le había causado a mi familia.
Esa noche Dylan me encontró postrada, llorando, ahogada en llanto y gritando de dolor. Me abrazó en silencio.
"Dante... Mi hermano, se ha ido", había dicho después de unos segundos, sus lágrimas mojaron mi hombro y juntos lloramos, desahogando todo lo que sentíamos.
Dylan apretó ligeramente mi mano, devolviéndome al presente. Su expresión reflejaba la misma tristeza y melancolía de aquella noche.
—Sí... También fue difícil para ti —pronuncié, mi voz casi un susurro mientras lo miraba con compasión.
—Sí... —repitió mirando pensativo nuestras manos entrelazadas, antes de continuar— Quise ser fuerte por mi familia, y por ti...
La culpa me golpeó con más intensidad. Dylan había hecho tanto por mí y yo solo le pagaba con desamor.
—Perder a Dante y a Lucía al mismo tiempo fue demasiado —continuó, apretando un poco más mis manos. Me miró con determinación—. Por eso sabes que nunca dejé de buscarlo, y finalmente hace unos días logré comunicarme con él.
Mi expresión cambió por completo. Sentía que el aire había abandonado mis pulmones, mientras pestañeaba intentando procesar sus palabras.
—Papá está que no cabe de la felicidad —continuó, su expresión iluminándose.
El silencio invadió el espacio, siendo perpetuado por el sonido del viento. Mi corazón latía tan rápido que creí que Dylan podría escucharlo.
—¿Mi amor? ¿Te pasa algo? —preguntó Dylan, notando mi repentino cambio.
—S-sí... sí, estoy bien ¿P-por qué lo preguntas? —intenté sonar convincente pero mi voz temblaba en cada sílaba.
—Tus manos tiemblan —respondió, levantando mis manos suavemente y mirándolas con preocupación.
—E-es que tengo un poco de frío —titubeé, apartando mis manos de las suyas, tratando de recuperar el control.
—¿Frío? Pero si el día está completamente soleado —replicó, frunciendo el ceño con preocupación.
—No lo sé... el viento es un poco frío, supongo —dije, encogiéndome de hombros, aparentando despreocupación.
—¿Quieres entrar? —ofreció, inclinándose un poco hacia mí.
—No, no, mejor sigue contándome —respondí rápidamente, mientras tomaba de nuevo la taza de té. Le di un pequeño sorbo, en un débil intento por calmarme y disimular la tensión que sentía.
Dylan pareció dudar por un momento, pero finalmente continuó.
—Bueno, estuvimos hablando por teléfono y aunque fue por poco, no sabes cuánto me alegró. Me dijo que está viviendo en San Diego —empezó diciendo con una sonrisa.
"Entonces sí fue allí", pensé. Dylan siguió hablando, ajeno a la tormenta que se desataba en mi interior.
—Lo más importante de todo lo que hablamos es que logré invitarlo a nuestra fiesta de compromiso. No me confirmó nada, pero creo que sí vendrá.
Sentí como si el mundo se detuviera de golpe con sus palabras suspendidas en el aire y resonaron en mi mente como un eco interminable. Mi corazón dejó de latir por un segundo y luego reanudó, golpeando rápidamente contra mi pecho.
—¿Qué...? —susurré, mi voz apenas audible.
Mucho gusto, pueden llamarme Yuss, espero que esta historia les esté gustando y sigan leyendo para conocer mucho más. Besitos.