DANTE
El golpe me estalló en la cara antes de que pudiera reírme. El ardor me quemaba la piel, pero era lo de menos. No era el dolor lo que me jodía… era ella. Su respiración agitada, la forma en que sus ojos temblaban como si estuviera a punto de llorar.
¿¡Pero por qué carajos lloraría!? Ella empezó con esta mierda, no solo lo besó de esa manera en mi puta cara, sino que usó esa maldita palabra para referirse a su viaje: “placentero”.
¿Quién cree que soy? ¿Por qué me sigue pateando cuando ya estoy desangrado en el suelo? Dándome dónde más me duele. ¡Cagándose en mi maldita existencia!
Me quedé ahí hasta escuchar el rugido del motor. Sintiendo algo más grande que la furia, una mezcla extraña de asco con hambre.
Asco de mí mismo, por mis palabras, por ofenderla. Nunca había tenido esta sensación tan nauseabunda dentro de mí, ni me había sentido como la escoria más grande de este mundo.
Y hambre… —aunque me avergüence reconocerlo— porque detrás de esa máscara de cinismo, de verdad querí