La ambulancia se detuvo frente a la entrada de emergencias en un frenazo seco. Las puertas traseras se abrieron y, de inmediato, un equipo médico se abalanzó hacia la camilla de Clara. El caos se desató apenas bajaron la camilla de la ambulancia, entre las luces blancas del pasillo, pasos apresurados y voces tensas el mundo de Leonor se vino abajo.
—¡Pásenla a la sala de evaluación pediátrica ya! —ordenó alguien.
Las ruedas metálicas repicaron contra el pavimento mientras la camilla desaparecía en un torbellino de batas verdes y azules. Leonor apenas alcanzó a ver la manita de su hija, quieta, tan quieta que le pareció imposible que esa fuera la misma niña que corría tras ella todas las mañanas.
Intentó seguirlos a paso apresurado, pero una enfermera le bloqueó el paso con suavidad.
—Mamá, necesitamos hacerle unas preguntas primero.
“Mamá.”
Esa palabra la atravesó, le dolió, le sostuvo y la quebró todo al mismo tiempo.
—Sí… sí, diga —respondió, tratando de no perder de vista a Clara,