El Gran Salón de Banquetes del Palacio Real había sido transformado en un espectáculo de opulencia que rivalizaba con las celebraciones más grandiosas de la historia de Eldoria. Candelabros de cristal de Murano colgaban como constelaciones doradas del techo abovedado, sus miles de velas proyectando un baile hipnótico de luz y sombra sobre los tapices de terciopelo púrpura que adornaban las paredes. El aroma a cordero asado con hierbas de los jardines reales se mezclaba con el perfume de las rosas blancas que decoraban cada mesa, creando una sinfonía olfativa que normalmente habría tranquilizado a Isabella.
Pero esta noche, nada podía calmar el presentimiento que le corroía el estómago como ácido.
Isabella ajustó por décima vez el collar de perlas que Lady Cordelia había insistido en que usara —"Las perlas simbolizan pureza y elegancia, querida, e