El Jardín de Cristal había sido construido por la reina Isabelle III como un refugio donde la luz del sol pudiera danzar a través de estructuras de vidrio soplado que se alzaban entre las flores como esculturas etéreas. Durante el día, el lugar era un caleidoscopio de colores refractados que transformaba incluso los pensamientos más sombríos en algo hermoso. Pero en la oscuridad de la medianoche, con las nubes cubriendo la luna como un manto funerario, el jardín se había convertido en un laberinto de sombras donde el cristal reflejaba solo la negrura del cielo.

Isabella no había planeado terminar allí. Después de tres días evitando cualquier lugar donde pudiera encontrarse con Sebastián, había agotado todos los rincones seguros del palacio. Sus aposentos se habían vuelto claustrofóbicos, la biblioteca demasiado obvia, y los establos... bueno, lo