Sophie siente cómo el piso bajo sus pies pierde firmeza; como si el mármol pulido se volviera agua y todo su cuerpo flotara en una incertidumbre fría. El teléfono vibra todavía en la mano de Cristóbal, temblando como si fuera un animal vivo, atrapado, asfixiado entre sus dedos tensos.
–¿Qué quiere? –pregunta Sophie despacio, eligiendo cada palabra como si temiera que el aire pudiera quebrarse si hablaba demasiado fuerte. Su voz es frágil, alerta, y un temblor casi imperceptible se esconde bajo la máscara de calma que intenta sostener.
Del otro lado, la voz estalla –Así que sí atiendes. Pensé que estabas demasiado ocupado jugando a la vida perfecta.
Ese tono… no es solo reproche; es filo afilado con años de resentimiento, una herida supurando memoria. Sophie siente cómo la sangre se le hiela. Cristóbal traga saliva, los ojos cerrados, como si la sombra de alguien entrara con la llamada y se instalara en la habitación. –Kate –murmura él, cansado, con una súplica que intenta disi