Dos días después
La desesperación de Liam crece cada día. El rostro de Amara lo persigue en sueños y en pesadillas. Su risa, su voz, su aroma… todo se ha convertido en un recuerdo doloroso. Y aunque el mundo siga girando, para él todo se detuvo el día de su desaparición.
Por eso, cuando se quedó sin opciones, tomó una decisión. Entregó sus últimos ahorros, dinero que había guardado para un futuro con ella, y fue directo a buscar a quienes sabía que nunca le fallarían: sus viejos contactos del ejército. Gente dura, leal. Gente que conoce la guerra… y el silencio.
En una sala oscura, apenas iluminada por una lámpara colgante, se sienta frente a Mathias, un hombre de mirada afilada, voz grave y gestos calculados. Había servido con él en más de una misión imposible. Si alguien podía ayudarlo… era él.
—Escucha, Liam —dice Mathias, desplegando varias carpetas sobre la mesa—. Hay muchos nombres que saltan como posibles implicados. Pero hay uno en particular que me hace ruido. Su padre