Kate se acerca un paso más, lo suficiente como para quedar dentro del espacio personal de Liam, ese espacio que antes compartían sin problemas cuando trabajaban como socios y que ahora él percibe como una zona de peligro absoluto. El perfume que ella usa, el mismo que llevaba en las noches en que planeaban movimientos estratégicos y se creían invencibles, viaja en el aire y lo golpea con una fuerza inesperada, obligándolo a contener el impulso de apartarse.
–Pero no confundas mi silencio con rendición –susurra ella, levantando apenas el mentón. – No soy el tipo de persona que se rinde. Soy el tipo de persona que espera, que observa, que elige el momento justo para volver a aparecer cuando nadie lo anticipa.
Liam la mira con un asco tan nítido que ni siquiera intenta disimularlo. La tensión en su mandíbula es visible incluso bajo la luz tenue del descampado.
–Si volvés a tocar a Amara, a mi hijo, a Lucero, o a cualquiera de los míos –dice en un tono bajo, casi ahogado, pero tan cargado