En el refugio, mientras tanto, la noche se ha acomodado en su rutina rara: Ayslin duerme a ratos, Lucero está al fin profundamente dormida, Leonardo se ha quedado en una silla leyendo algo que no ve, solo por el ruido de las páginas, Amara intenta descansar pero el embarazo y la información sobre su madre le han dejado el cuerpo en un estado de agotamiento nervioso.
Liam está acostado junto a ella, sin pegar un ojo, mirando el techo del cuarto como si en las vetas de la madera pudiera encontrar una respuesta que lo salve de lo que está sintiendo por dentro.
El teléfono vibra en la mesa de luz.
Él lo mira, duda un segundo, estira la mano, responde en voz baja para no despertarla. –¿Sí?
–¿Liam? –dice una voz masculina, distorsionada, como con interferencia.
–¿Quién habla?
–No te puedo decir el nombre –responde la voz. – Pero sé dónde está Carlos. Y sé que te está buscando.
La frase hace que se le tense todo el cuerpo. –¿De qué carajo estás hablando? –susurra, saliendo de la cama